Desde cualquier ventana, como aquella de allí, se le puede ver cada tanto pasar. No tiene ni hora ni lugar fijo, por lo que hay que estar muy atento para poder observarlo. Por si fuera poco este tipo es muy ágil, y a veces puede resultar muy fugaz, no todo el mundo es capaz de percibirlo. Pero tranquila, aun así siempre aparece y siempre está. Solo hace falta que tener un poco de paciencia para poder descubrirlo.
A mí me costó semanas encontrarlo, lo había visto de reojo, desde la ventana o desde la vasta lejanía, pero nunca coincidíamos en el lugar preciso. Sin embargo, en una tarde paseando por el parque, lo vi sentado en un banco, con sus gafas de sol, un libro y su bastón que porta siempre, apoyado a su costado en el asiento. No podía desaprovechar la oportunidad, así que me acerqué tímidamente para hacerle la pregunta que intrigaba a todo el mundo.
-¿Por qué le veo siempre bailando?
Dejó la lectura, y me esbozó una leve sonrisa. Apartó el bastón de su lado y me invitó a que me sentara junto a él, en el banco.
-Dime -me comentó después de un instante de silencio. -¿qué ven tus ojos ahora mismo?.
-El parque, con la ciudad de fondo.- le contesté algo sorprendido por la sencillez de su pregunta.
-Exacto, tú lo has dicho, la ciudad. Llevo varios años aquí, y te puedo decir que esta urbe tiene sus propias maravillas y algún que otro horror, pero gracias a todo esto es única... como pueden serlo todas las demás. En el fondo la mayoría de personas saben esto, pero nos empeñamos en acabar con las peculiaridades para que esta ciudad no se diferencie mucho d otra perteneciente al otro vértice del mundo.
-¿Por qué le veo siempre bailando?- Insistí.
El extraño me dirigió su mirada oculta, como si esperase mi insistencia. Después de una breve reflexión, de manera serena continuó con su discurso.
-Mira, más que un baile, lo considero como un juego de pies. De esta manera toco, acaricio y descubro una ciudad que merece ser mimada. Porque quiero a esta ciudad, pero la mayoría de vosotros la tratáis como si fuera invisible, como si fuera una más. Y es que la cambiáis constantemente para que sea como las demás en vez de dejar que sea esta quien os cambie a vosotros mismos para haceros únicos. Llevo tiempo contemplando la ciudad, y es ahora cuando puedo decir que la quiero como se puede querer a una mujer. Y como a una mujer, solo con el tacto, es como mejor y más cercano uno llega a conocer. Es algo que necesito, solo conociéndola, mejor me conozco a mí mismo. Me completo. Y aun con todo, sé que algún día me marcharé. No me considero monógamo, por lo que creo que llegará el momento en el que necesite encontrar algún otro gran amor de mi vida. Cuando llegue ese día, partiré triste, pero lo haré tranquilo y con la certeza de poder volver como se vuelve al primer amor. Yo no bailo -sentenció -, yo veo con los pies.
Y dicho esto, cogió su bastón y marcho con la gracia que siempre le caracterizó. Desde el banco, extrañado, le vi partir y tardé unos minutos en darme cuenta de que se había olvidado el libro que le acompañaba. Y, si te digo esto -aquí lo tienes -, es porque me gustaría que, cuando lo conozcas, se lo devolvieses. Seguro que te lo agradece eternamente, debe ser complicado encontrar libros como este escritos en braille.