Juan Pablo Uberti, Juampi para los amigos (dos vivos, cinco muertos), cumplió 71 años en abril. No lo celebró con nadie, ni contestó a ninguna de las siete llamadas de sus ocho hijos. La llamada que nunca recibió fue la del mayor de ellos, Lautaro Uberti, debido al odio secreto que siente hacia el viejo Juan Pablo. Según lo que contó el grande de los hermanos Uberti a su terapeuta: dos de sus cinco grandes problemas de vida vienen de su padre. El terapeuta, lógicamente le contestó a su inquietud de la misma manera que todos los terapeutas hacen: "vuelva la semana que viene".
A parte de el propio Lautaro y, por supuesto, de su terapeuta. Todo esto oficialmente lo sabe Belén, la fiel esposa de Lautaro y Mirna, la fiel peluquera de Belén. Extraoficialmente, sin embargo, lo sabe toda la familia del terapeuta, incluido sus hijos pequeños, principales encargados de contar las desgracias del pobre Lautaro a medio patio de recreo del colegio público Mariano Moreno. A estos niños podríamos no contarlos, ya que la versión oficial, al pasar de boca en boca, queda, como no, algo deformada. El mismo criterio podríamos emplear con las clientas de la peluquería "Belleza". Mirna, al ser su peluquera de confianza, solo contó las desgracias del señor Uberti a sus clientas Clotis, Gladis y Agnes, quienes se han callado estas cosas menos Agnes que se lo contó una vez a las vecinas en un minuto de silencio realmente incómodo. Justificable.
Pocos, oficialmente, saben las desgracias de Lautaro, pero aún menos personas saben que el viejo Juan Pablo sí celebró su cumpleaños. Lo hizo solo en su rancho de 75 metros cuadrados perdido en el Gran Buenos Aires, acompañado por su cotorra enjaulada Pamela y por su gato Mosho, quien permaneció toda la jornada escondido en una caja de zapatos. Si a Juan Pablo se le hubiese ocurrido reprochar a su gato tan lamentable actitud en el día de su aniversario, Mosho hubiera alegado en su defensa, que al menos no había salido a la calle aquel día. Lógicamente esto no pasó: ni Juan Pablo notó la impertinencia de su amigo felino, ni Mosho adquirió de repente destreza legal propia de un juez para poder defenderse ante semejante demanda.
Desconsideraciones felinas aparte, Juan Pablo sí celebró su cumpleaños. Y lo celebró porque técnicamente cumplió los tres requisitos fundamentales a la hora de celebrar su cumpleaños: Que realmente haya cumplido años; Que haya invitado a algunos de sus seres queridos (En este caso tanto Pamela como Mosho hicieron acto de presencia); Y que haya soplado las velas, pidiendo un deseo, en una digna tarta de cumpleaños.
En efecto, la tarta que el propio cumpleañero había preparado con dos días de antelación era bastante digna y apropiada: Tenía tres de las cinco cosas que al viejo Juan Pablo más le gustaban en el mundo. Las dos cosas que faltaban en la tarta no estaban simplemente porque eran objetos intangibles. Era imposible meter en una tarta el gol de Maxi Rodriguez contra México en el mundial del 2006 y menos, todavía, era posible meter la "Fuga 9" de Piazzolla en un bizcocho. Por suerte, las otras tres cosas que más le gustaban en el mundo sí cabían en un pastel. Estas eran, en orden de preferencia ascendente, las siguientes: Dulce de leche, chocolate y palomas.
Sí, adoraba las palomas, pero solo cuando se las podía comer. En este caso competía gusto con Mosho, quien desde su caja de zapatos le observaba con todo el recelo y envidia que un gato inexpresivo puede sentir. Juan Pablo ignoraba esto, simplemente se concentraba en masticar cada porción de pastel lentamente, saboreando cada pluma y huesito que se encontraba en el bizcocho. Si no había invitado a nadie más a su cumpleaños, era en parte para no compartir nada de su apetitosa comida.
Su relación con las palomas, contrariamente a lo que creen algunos, viene de cuando Juan Pablo conoció el LSD a finales de los sesentas en la chacra de su amigo Félix. Ellos, junto a tres amigos más, se metieron cartón y medio de ácido en sus cuerpos para realizar la estúpida búsqueda de su yo interior. Aunque a dos de los chicos el LSD no le subió, a Uberti le resultó tan estimulante que no solo se encontró a sí mismo, sino que además vio a su animal astral: una majestuosa paloma. Cegado por el éxtasis psicodélico, Juan Pablo optó por la delicada opción de comerse a su propio animal astral. Y, más allá de la diarrea durante tres días (Cuentan que lo que en realidad comió fue fango del arroyito), lo que sintió el entonces el melenudo Juan Pablo fue amor a primer saboreo.
Así de lento, y así de igual probaba un nuevo bocado de su merecida tarta de cumpleaños. A pesar de haberse zambullido en el placer una vez más, una lágrima, de repente empezó a cruzar su mejilla hinchada de comida. Se vio a sí mismo solo, el día de su cumpleaños, en una chacra de 75 metros cuadrados perdida en el gran Buenos Aires, ignorado por su amado gato, comiendo algo asqueroso y alejado completamente de los siete hijos que, aún con todo, todavía le seguían queriendo. Notó entonces que algo importante se le había escapado: se había equivocado de deseo al soplar la vela. Había dejado escapar la oportunidad de su vida, otra vez.
El viejo Juan Pablo guardó entonces el sobrante en el frigorífico y tomó la decisión tajante de vivir un año más.