Hay que saber distinguir la realidad de la ficción,
y más cuando no hay otra luz que la del sol de amanecer.
Con el soplido del viento del norte llegan susurros que cuentan historias,
que de noche rompen glaciares, y que te abrazan gélidamente en la penumbra.
Es un frío que calienta y que te hace despertar cuando aún no ha amanecido.
Y al salir a la oscuridad, sin saber si has dormido, llega esa sensación
de haberte perdido algo, o de haber abandonado a alguien que nunca has conocido.
Es fácil escaparse de este frío, pero no de la nostalgia que lo acompaña.
Hay que saber distinguir el plagio de la inspiración
y entender que madurar no es hacer una maleta y subirte a un avión.
El desarraigo no es algo que tenga solución, pero esa realidad a mí no me sirve.
Tampoco, refugiarme entre otras piernas y sobre otras camas,
porque me voy, y de dónde me voy, dejo algo de calor
para volver al frío, al viento, del que en realidad nunca me he ido.
Hay que saber distinguir la certeza de la ilusión
pero de esto poco o nada puedo transmitir,
porque es invierno y del frío invierno no se sobrevive sin otra luz que la del sol de amanecer.
Así que espero que, eventualmente, se imponga el perdón
desde el norte
porque es preciso perdurar,
te abraza el viento
porque es preciso perdonar.