Solo se les puede ver bien tarde, por las noches oscuras. Solo se les puede ver desde los tragaluces donde la luz artificial del exterior solo baña el entramado naranja de las nubes nocturnas. Se les puede ver, yo los puedo ver, allí a lo lejos, postrados y quietos formando parte de la negra silueta de las construcciones vecinas. Figuras cuadradas y serias, misteriosas como la noche misma que nos observan sin hacer aparentemente nada como si estuviesen esperando el momento justo de actuar y provocar lo que podría ser el nuestro final. Siempre protegidos por la densa oscuridad.
Por eso, cuando ya es de día regreso al tragaluz para escanear con mis ojos el paisaje aclarado, pero mis esfuerzos son en vano ya que estas sombras traicioneras se esconden desapareciendo entre chimeneas, respiraderos y meras antenas. Y es entonces cuando abatido me giro y más desmotivado me siento porque, si existe el suficiente silencio, se puede escuchar sus silenciosas risas burlándose de la limitada percepción de otro más, con la imaginación nublada.
Ya es de noche y escucho ruido... y mientras escribo, puedo controlar que hay dos, tres, que me observan. Pero las secas risas provienen de una una multitud. Me rodean.
Estoy solo.
Tengo miedo.
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