Era de noche cuando el peregrino por fin llegó al templo. Había pasado los últimos años de su vida viajando por todo el mundo, pero no había nadie para darle la bienvenida. Adentro, la oscuridad reinaba en el vestíbulo de piedra, solo unas velas desgastadas y muy tenues iluminaban, en un rincón, la única mesa de la sala. Se acercó y comprobó que en ella había un libro de firmas donde cada viajero pasado había escrito o firmado. Leyó algunas firmas anteriores con atención y sin pensárselo dos veces, cogió la pluma y se dispuso a escribir.
Primero pensó en relatar brevemente su experiencia, ya que después de tanto tiempo tenía cientos de anécdotas guardadas con cariño en su memoria. Había caminado por el desierto de Atacama durante una lluvia de estrellas; había cruzado el estrecho de Bering a pie cuando este, gracias al hielo, puede ser transitable; había recorrido la peligrosa carretera Srinagar en Cachemira; o había sido testigo de la danza de las ballenas en el báltico. Como estas, muchas historias había en su cabeza, pero sin embargo ninguna palabra fue capaz de articular sobre algo de esto en el libro de firmas.
Respiró un poco y llegó a la conclusión de que quizás podría escribir algo más filosófico, redactar una breve reflexión o atreverse con algún consejo. Y es que durante su travesía había charlado con los monjes lamas en el Tíbet; había presenciado curas milagrosas de un chaman wólof; o había vivido de primera mano las masacres e injusticias a lo largo de todo el mundo. Pero de entre todo lo que aprendió, nada pudo contar por escrito en ese libro.
Hizo una breve pausa y se le ocurrió entonces que podría aprovechar las palabras para mostrar agradecimiento a aquellas personas que le habían ayudado en todo momento. Recordó a las tres mujeres de las cuáles él se había enamorado en su periplo y en la hija que había tenido con una de ellas; se acordó también de aquellas personas bondadosas que le habían acogido cuando él peor lo pasaba; y concibió, incluso, en agradecer a los monjes del propio templo. Sin embargo cuanto más pensaba, más nombres imprescindibles se le venían a la cabeza de modo que, finalmente, ninguno pudo ni supo escribir.
Abatido, el peregrino dejó la pluma en la mesa, agachando la cabeza muy resignado ante una misión imposible. No se lo podía creer, tantas experiencias y sabiduría adquiridas de un viaje tan largo y tan pocas (o ninguna) palabras para expresar nada en un miserable cuaderno. Sentía impotencia. En su interior sí que había razonamientos o sentimientos para transmitir, pero los medios, las palabras, no aparecían. El cansancio podría haber sido la causa de esa falta de inspiración, pero el peregrino estaba convencido de que había algo más profundo que ignoraba. Empezó a recordar su viaje desde el principio y tramo por tramo fue avanzando hasta encontrar la solución a su bloqueo. Llegó así a su etapa vivida con los Brahmanes en Khajuraho, en el norte de la india, y recordó de ellos cómo había aprendido el arte de meditar. Cerró entonces los ojos, respiro profundamente y poco a poco vació su mente. Y de la nada de repente salió la luz.
Entonces volvió a coger la pluma. Después de tanto tiempo intentando como un idiota escribir unas palabras dignas que sinteticen y justifiquen su viaje, su pasado, se había dado cuenta ahora de que eso resultaba ser tarea imposible. Y es que supo finalmente que lo que quería transmitir, lo puro, se encontraba desperdigado en cada tramo del viaje, en cada uno de aquellos lugares en los que había vivido y respirado a lo largo de su odisea. Buscarlas para plasmarlas en esa libreta no era más que un viaje imposible al pasado. Un pasado al que ya no podía acceder, pero que sin embargo le marcaba inexorablemente el presente. Se había dado cuenta, en definitiva, de que las palabras eran el pasado, y de que él mismo no era más que su propio camino. Serenamente escribió dos palabras, soltó el plumín y abandonó la mesa.
Tan atrás quedaban ya sus vivencias, sus trayectos, sus viejas formas de ser, sus aventuras, sus desventuras, tan atrás quedaba ya el cuaderno de visitas y sus palabras escritas "Buen camino". Tan atrás quedaba todo.
Seguía siendo de noche cuando el peregrino salió del templo a mirar las estrellas.
Seguía siendo de noche cuando el peregrino salió del templo a mirar las estrellas.
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