domingo, 21 de abril de 2013

(Des)orden

Dentro de la montaña misteriosa,
desde la fría y profunda caverna, 
una llama solitaria y verde
ilumina el burbujeante caldero.

En él, hierven y se subliman
jeroglíficos y palabras sin sentido.
Todas cuidadosamente colocadas
para permanecer desordenadas
por siempre en la realidad.

El maestro alquimista supervisa la operación
y su ayudante vela porque la verde llama
permanezca encendida para continuar la magia.

Y unas palabras ordenadas por el ser superior
hacen que la operación sea completada,
en aquel almizcle del caos,
para que después sea derramado con mucho cuidado
en aquellas tierras sagradas y ancestrales, primero
y en aquellas tierras vulgares y mundanas, después.

Gracias a esto, las guerras continuaron floreciendo;
el hambre crecía donde la gula ausentaba
y epidemias mortales consumaban últimas voluntades.

Y desde la entrada de la caverna,
oteando el horizonte, contemplando el panorama,
el maestro alquimista aprueba el resultado,
regresando así a la húmeda cueva
contento de haber hecho bien su trabajo.

Todo seguía en (des)orden.

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