domingo, 23 de junio de 2013

El Ser y la nada

El cielo se encontraba nublado y el fuerte viento le golpeaba la cara, dificultándole así la vista del paisaje: un océano gris, embravecido, que se extendía de monte a monte abarcando de esa manera, todo el horizonte. El Ser bajó entonces la mirada y contempló como el iracundo oleaje arremetía contra la piedra caliza, erosionándola y moldeándola a imagen y semejanza del caos del mar. La sal perfumaba su rostro, cada vez que las olas mas grandes le salpicaban la cara con gotas de agua gélida y el ruido atronador de la marejada contrastaba con el silencio de las gaviotas, personas, o cualquier otra forma de vida. El ser sabía que se encontraba solo y diminuto, rodeado por esa infinita e inmensa nada. Y sintió vértigo.

Le angustiaba sentir vértigo, pues era una nueva sensación en él. De pequeño siempre, solo o con amigos, se arrojaba al agua de cabeza desde las rocas más altas, nunca había sentido vértigo, pero esta vez era diferente. Aterrado, se giró para observar de nuevo aquella cueva oscura donde había habitado y malvivido demasiado tiempo. Un agujero húmedo que emanaba un olor hediondo que provenía de esos restos de gaviotas y cangrejos de los que había sobrevivido en su estancia en aquella cueva. De repente, el cielo se despejó y el sol iluminó su maltrecho cuerpo después de varias semanas de oscuridad. Entonces, el Ser alzó la mirada y contempló con una sonrisa al cielo, sabiendo que ya estaba todo claro. Ahora, por fin, lo entendía todo. Retornó al borde del acantilado, volvió a mirar al abismo y comprendió que su vértigo no era un miedo a las alturas, sino que era un miedo a la posibilidad, un miedo a la libertad.

El paisaje se había apaciguado, la nada se sometió por un instante al Ser. Era el momento. Sin pensárselo dos veces, cerró los ojos y se arrojó al acantilado en dirección a las erosionadas y afiladas piedras. Mientras caía, sintió por última vez el rocío de la espuma y el olor de la sal marina. Entonces, el ser abrió los ojos y los brazos, desplegando así las alas que había construido con plumas de gaviota y alzó el vuelo en dirección al sol y más allá.

Ya no importaban ni las piedras afiladas, ni el viento, ni el oleaje. El Ser era un todo, y volaba serenamente sobre aquella nada que se extendía de monte a monte, abarcando así todo el horizonte.

Siempre libre.

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