La atmósfera era pesada, la gente abundaba y la humedad pululaba por ese antro de poca monta al que íbamos siempre. Le tenía en frente, mirando a la mesa. Hacía un buen rato que había terminado su cerveza y ya jugueteaba con los papeles de la etiqueta ensimismado pero centrado en lo que tenía en mente. Yo mientras tanto esperaba su respuesta.
-De acuerdo...- me comentó finalmente mirándome a la cara.
Sin querer creérmelo le contemplé de arriba abajo y, en efecto, tanto el timbre de su voz, como sus ojos y su expresión no engañaban. Por primera vez en su vida iba en serio.
-Hagámoslo pues. Mañana a las doce, en el paseo- le contesté.
Asintió, nos levantamos y nos fuimos. Una vez más sin pagar.
Al día siguiente no acudió. Lo volví a ver en el bar más tarde, por la noche, sentado solo en la mesa de siempre arrancando la etiqueta de la cerveza ya consumida. Me siento en frente suyo, como siempre.
-Me fallaste... nos fallaste.
Entonces levantó tímidamente la mirada y la apartó en seguida, como si yo fuera un monstruo. Algo le preocupaba y mucho, lo notaba.
-¿Qué ocurre?
-Tengo miedo. - dijo casi susurrando.
-Si lo de esta mañana no era algo de riesgo alguno.
-No, no es eso.
Estaba tan ensimismado como siempre pero tan inseguro como nunca. Tenía que saber qué ocurría.
-¿Entonces qué es?
Miró entonces de un lado a otro y se acercó cuidadosamente a mí que por mero acto reflejo acerqué el oído a su cara.
-¿Por qué nunca nos dicen nada en este bar si siempre nos vamos sin pagar?
-Te equivocas, tú te vas sin parar, yo nunca pido nada. Tú en cambio pides siempre la cerveza.
Entonces levantó la mirada y más cerca al oído me susurró algo aun menos audible.
-¿Me has visto a mí alguna vez beber cerveza o solo me has visto arrancar las etiquetas de una cerveza vacía.?
De repente el ruido del ambiente se ahogó en la gravedad, las luces se atenuaron y la muchedumbre se ralentizó y entremezcló convirtiéndose así en un puré de presencias apagadas.
-¿Qué me quieres decir?- Dije efectuando la pregunta del millón.
-No existimos. No somos de este mundo.
-¿Cómo?
-Es sencillo: No nos relacionamos con nadie que no seamos nosotros, nadie nos hace caso ni nosotros a los demás, apenas dormimos, el mundo parece cambiar constantemente y el tiempo se comporta de una manera extraña sin que a nosotros ni siquiera nos importe. No existimos por lo tanto, al menos en este mundo. Es algo que me lo plantee mucho esta tarde, y es ahora mismo lo que creo... lo que siento.
No lo pude evitar, y, para su sorpresa me reí durante un buen rato. Le di una palmada en el hombro y le expliqué la realidad.
-Mira, ya sé que estás atravesando un mal momento y que a veces se te va un poco la olla, pero si necesitas algo sabes que estoy aquí, que para eso somos hermanos. Tuvimos una infancia dura y por eso no nos relacionamos con tanta gente, y aun así seguimos teniendo a otras personas como a papá y a mamá. Otra cosa es que tu a veces no contactes con ellos, deberías volver a verles de hecho.
-Pero...
-¡Ni pero ni nada! tú te vienes mañana conmigo que he quedado a comer con ellos, como en los viejos tiempos ¿Qué te parece?
Y el ambiente volvió a acelerarse.
Ya entonces, la atmósfera era pesada, la gente abundaba y la humedad pululaba por ese antro de poca monta al que íbamos siempre. Le tenía en frente, mirando a la mesa. Hacía un buen rato que había terminado su cerveza y ya jugueteaba con los papeles de la etiqueta ensimismado pero centrado en lo que tenía en mente. Yo mientras tanto esperaba su respuesta.
-De acuerdo...- me comentó finalmente mirándome a la cara.
Sin querer creérmelo le contemplé de arriba abajo y, en efecto, tanto el timbre de su voz, como sus ojos y su expresión no engañaban. Por primera vez en su vida iba en serio.
-Hagámoslo pues. Mañana a las doce, en el paseo- le contesté.
Asintió, nos levantamos y nos fuimos. Una vez más sin pagar.
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