domingo, 25 de noviembre de 2012

Jean Giroud

Jean Giroud bebió de un solo sorbo el café que le sirvió el camarero. Aunque no estaba para nada apurado, era algo que no podía evitar: el beber las cosas con ansiedad, y si se trataba de una ridícula tacita de café "antes el líquido se acabará". Así de practico era... para estas cosas por lo menos. Bebía café para espabilarse y para olvidar. Bebía café por la noche, bebía café porque tenía miedo de dormir.

Y es que la última noche que durmió jamás despertó. Eso era lo único que tenía claro. 

No recordaba ni el momento ni por supuesto conocía el cómo, simplemente supo que de repente el mundo en el que vivía ya no era mundo, sino otra cosa. Nada parecía lo que en realidad era, y cuando en realidad era, cambiaba a algo que nada parecía. La noche era luminosa y la lluvia secaba, los pájaros buceaban y las hojas volaban hacia los árboles. Todo muy extraño, pero lo que hacía de este mundo un paisaje onírico, era que nada de todo esto sorprendió en ningún momento a nuestro protagonista. Y es que en los sueños, todo aquello que pasa, ocurre porque tiene que ser así y no de otra manera. Jean estaba seguro de ello, aun sabiendo que esta afirmación no tenía ningún sentido aparentemente lógico. Además, hay que decir que no solo estaba, si no que también vivía en ese sueño sueño tan irreal como lógico pues llevaba un buen tiempo atrapado en él.

Consciente de todo esto, guiándose por la lógica de tantas ficciones, probó a través de cualquier medio malear su entorno con tal de poseer aunque sea un poco de control en aquel mundo que el se estaba imaginando. No obstante, por mucho que se esforzase, lo único que conseguía fue empeorar su situación. Fue así como comprobó que, en realidad, él no era más que un esclavo de su propio subconsciente.

Aunque Jean Giroud siempre fue muy práctico para ciertas cosas, lo que pocas personas conocen es que, también es un ser realmente inestable a nivel anímico. Su sensibilidad siempre fue un caballo salvaje que brinca sin poseer practicamente rienda alguna. Esto se reflejaba claramente en su entorno, sobretodo en los tantos paisajes que se creaban y se destruían en cuestión de instantes desvelando así cierta bipolaridad que más de una vez preocupó a nuestro protagonista.

Aun así, el siguió buscando, y lo único que encontró fue un sitio que no variaba: la cafetería. Esta era quizás su único resquicio de conciencia en aquella árida y tormentosa realidad.  Esto lo sabía porque además este lugar era el único donde podía modificar lo que desease solo con desearlo. Sin embargo y por mucho que quisiese esta cafetería estaba, a excepción del camarero, siempre vacía. Por eso, lo único que hacía era estar allí, pasar las horas. Bebía café y escribía un diario con el ordenador portátil que se había imaginado.

Nada más beberse por enésima vez el café de un sorbo, el camarero abrió la boca por primera vez desde que Jean Giroud tenía memoria:

-Como siga así, le va a dar un ataque, modérese un poco... hágame caso.

Tembloroso por la cafeína, Jean le miró fijamente y acto seguido comenzó a reírse primero muy poco, después a carcajadas.

-¡Ojalá me de un ataque, así me voy de este maldito lugar!

-No creo que sirva de mucho, el suicidio no es la solución.

La risa volvió a inundar la cafetería, Jean creía vivir en un esperpento, mientras tanto el camarero permanecía con su mirada impasible.

-¿Suicidio? ¡esto es un sueño, y tú un mero personaje secundario que hay en él!

Aunque el comentario de Jean era un claro ataque hacia el otro, el camarero no se inmutó sino que siguió ahí con la misma serenidad que tanto le caracterizaba.

-Veo que tiene bien clara cual es su situación, y permítame decirle que es bien acertada... Sin embargo no sería la primera persona que muere de un ataque mientras duerme, esto usted lo sabe bien. Debería buscar otra salida.

-¿Quién eres tú? O mejor dicho ¿Qué parte de mí eres?

-En realidad ninguna. Usted simplemente me ha creado ¿para qué? lo ignoro. Solo sé que soy feliz con mi existencia y que me niego a marcharme así como así... -el camarero hizo una breve pausa para buscar las palabras concretas- Verá señor, no quiero morirme ¿sabe?.

Jean Giroud hizo un amago de reírse pero cortó de inmediato al ver la seria expresión del camarero, vaciló entonces durante un momento hasta que finalmente fue al grano.

-Como puede decirme que quiere vivir ¡si usted no está vivo!.

-Hombre... -Comenzo el camarero desvelando por primera vez una cálida sonrisa. Abrió los brazos mostrándose, y prosiguió- yo hablo, respiro, amo y anhelo ¿soy acaso como las piedras?

-No es eso, lo que quiero decir es que usted no está "realmente" vivo.

-¿Y quién "realmente" lo está?

-Hombre, yo lo estoy.

-¿Y como puede estar tan seguro de...?

-¡Pues!... no lo sé.- Cortó enérgicamente sin saber en realidad una respuesta convincente.

Una pausa reinó en el entorno. La cara de Jean Giroud era un poema. Vivía un drama y el escenario era la cafetería.

-¿Qué... qué debo hacer?

El mesero tendió la mano sobre el hombro del cliente y tranquilamente le contestó.

-En primer lugar duerma, se le ve agotado.

-No puedo.

-Solo tiene que desearlo.

-¿Y la cama?

-Ahí la tiene -dijo señalando a una enorme cama que había surgido en medio de ese refugio de consciencia que era esa cafetería- veo que ya se ha puesto el pijama.

Sorprendido, Jean Giroud se vio vestido con el pijama a cuadros que solía utilizar cuando todo era normal.

-Buenas noches... gracias por todo.-Dijo ya metido en la comodísima cama que él, instantes atrás, se había imaginado.

-Mañana continuaremos. Que descanse.

Y dicho esto el camarero apagó la luz convirtiéndolo todo en un negro absoluto.


...


Olivier Le Blanc bebió de un solo sorbo el whisky que le sirvió el camarero. Aunque no estaba para nada apurado, era algo que no podía evitar: el beber las cosas con ansiedad, y si se trataba de una ridículo chupito de whisky "antes me emborracharé". Así de practico era... para estas cosas por lo menos. Bebía whisky para olvidar. Bebía whisky por la noche, bebía whisky porque tenía miedo de pensar.

Nada más beberse por enésima vez el whisky de un sorbo, el camarero abrió la boca por primera vez desde que Olivier Le Clerc tenía memoria:

-Como siga así, le va a estallar el hígado, modérese un poco... hágame caso.

-¿Quién eres tú? ¿Qué haces en mi sueño?

El camarero le quitó el chupito de whisky y se lo cambió por otro de agua.

-¡Verá...! -exclamó con nerviosismo- aun no lo sé... -Dijo finalmente resignado mordiéndose la lengua. Le dirigió entonces a su cliente una tímida mirada cargada de impotencia. Y es que por muchas ganas que tenía, sabía que de poco servía confesarle que él era en realidad un ser ficticio de su mente. Y es que por muchas ganas que tenía, sabía que de nada servía confesarle que su verdadero nombre era Jean Giroud.

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