A la edad de 40 años le ocurrió algo insólito.
Se había levantado tarde, tenía prisa y sabía que el tren no le iba a esperar. Sin despedirse ni siquiera de su mujer (él lo ignoraba, pero este hecho significaría uno de los errores más importantes de su vida), salió a paso ligero por la calle lluviosa. No pasaron ni treinta segundos hasta que descubrió que se había olvidado tanto de las llaves de casa como del paraguas. El despiste del paraguas fue lo que en principio le agobió, no obstante desconocía que el verdadero problema fue olvidarse de las llaves, pues será su mujer quien, unas horas después, le niegue acceso a su propia casa dejándolo tirado así bajo la lluvia un martes por la noche. Todo esto lógicamente lo desconocía, lo que no era lógico es que este problema nunca lo conocerá.
Agobiado, atormentado y mojado gracias a la ausencia de paraguas, Pedro Páramo nunca supo que seis pasos más hacia delante un coche le iba a atropellar de forma letal. Y nublado por su arrepentimiento avanzó inexorablemente hasta un paso antes de su muerte. Y es que justo cuando se disponía a dar el siguiente paso, algo mágico sucedió: el sexto paso jamás existió.
El tiempo se detuvo, el coche a toda velocidad había quedado congelado, las gotas de lluvia pétreas adornaban el la atmósfera y la cara de terror de Pedro como una estatua había quedado. Lo único que se movía en el mundo en ese instante, eran sus pensamientos, su mente, su miedo, su muerte... y su "suerte".
"Suertudo" fue porque el sexto paso nunca fue el sexto, sino el cuarto, y el séptimo jamás fue el séptimo sino el tercero. Y así hasta que el mundo dio cinco pasos hacia atrás, y todo volvió a la normalidad... durante un paso. Un paso que de poco sirvió porque los cinco siguientes también fueron hacia atrás.
Pero mientras el mundo se embarcaba en un entrecortado retroceso eterno, el pensamiento de Pedro Páramo seguía de manera lineal y en diversas ocasiones intentó avisar a los demás de su gran problema pero sus esfuerzos poco servían ya que cinco pasos más atrás sus acciones se desvanecerían en un futuro que él jamás volvería a tener.
Este fue el castigo de Pedro Páramo, revivir lo que había vivido, al revés sí, pero sin poder cambiar nada. Y es que cada error cometido, para su sufrimiento, lo volvió a revivir con la impotencia de no poder cambiar algo que cinco pasos más tarde quedaría en el futuro inalcanzable.
Fue así como no pudo evitar volver a discutir con su esposa la noche anterior, a fallar a su hija en su obra de teatro, volver a discutir con su mejor amigo en la última noche de copas y volver a insultar al camarero del restaurante al que acudía asiduamente. Todo porque lo que intentaba solucionar por un momento, cinco instantes más atrás sus buenas intenciones quedaban manchadas por lo que realmente sucedió. Comprendió así como su futuro se convirtió en su pasado, un pasado inexorable porque todo lo que iba a pasar ya había ocurrido.
Y retrocedieron dentro de ese ritmo entrecortado los días, después las semanas, meses y años. Y, aunque su pensamiento seguía la perspectiva lineal, los cinco pasos hacia atrás hacían rejuvenecer tanto su cuerpo como su mente. Por lo tanto, a cada paso que daba, cinco retrocedía, y cinco pasos más joven era y de otra perspectiva más jovial revivía sus errores que tanto le atormentarán en el futuro. Fue así como empezó a comprender, con el retroceder del tiempo, que ninguno realmente fue para tanto. Y fue ahí como en ese momento, cambió su maldición por una gran oportunidad.
Dejó a un lado sus errores y los pasos que tenía que dar hacia delante, los daba sin duda alguna solo para retroceder otros cinco, centrándose así en volver a disfrutar por vez primera esas viejas sensaciones. Así, zambulléndose de cabeza entrecortadamente hacia el pasado, volvió a sentir bello en su cabeza, volvió a sentirse joven, volvió a disfrutar de sus abuelos, volvió a saborear el bochornoso primer sexo y el incierto primer beso, volvió a enamorarse alocadamente de alguien y a llorar de risa con sus viejos amigos.
Y mientras retrocedía, sus dientes se metieron para adentro, y otros de leche los reemplazaron alzándose del suelo en dirección a su boca. Era un niño volvió ser niño, volvió a pensar y a soñar como un niño. Volvió a ser Pedrito. Volvió a sentir la grandeza de ser pequeño, cada vez más pequeño. Y su mente se empezó a nublar.
Sus recuerdos del futuro poco a poco se difuminaron y no pasó mucho tiempo antes de haber dado los cinco pasos anteriores a su primera palabra clara. Y entre laguna y laguna cada vez retrocedía moviéndose de manera cada vez más torpe y pesada, llorando sin sentido y cayéndose al revés cada vez con mayor frecuencia hasta que...
Era de día, el cielo estaba muy azul y la gente mayor retrocedía de un lugar al otro arrastrando maletas. Y Pedrito Páramo en brazos de su padre, notaba como las saladas lágrimas le entraban en sus ojos, hasta que este le dejó en el suelo. Entonces el bebé se acercó para abrazarle una vez más pero su esfuerzo fue en vano, porque para su sorpresa, dio un paso hacia atrás, y su padre también. Y luego uno y luego otro y luego un tercero, y mientras tanto su padre entraba de espaldas a un tren transformando su mirada de grata sorpresa en un cara de circunstancias. Finalmente Pedrito dio otro paso hacia atrás y se sentó en sitio cómodo: el de su cochecito. Entonces sentado miró hacia arriba y sonrió a su madre.
Estaba listo para dar el primer paso. El primero de muchos.
Estaba listo para dar el primer paso. El primero de muchos.
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