domingo, 26 de julio de 2015

Hombre pelícano

En un futuro recordarás aquellos veranos en los que vivíamos a menos de treinta y cinco grados; cuando el mar no era este jacuzzi abarrotado de medusas. En un futuro extrañarás los vientos de tramontana o levante, o cualquiera que no sea el secador de pelo que cada día soportamos. Todo esto lo rememorarás, o lo verás en tus sueños; estará solamente en tu cabeza. Y en mi cabeza. 

En un futuro quizás tengas nostalgia de lo jóvenes que una vez fuimos, y de cuando caminábamos juntos por la playa, quejándonos de lo que hoy aceptaríamos sin dudar. Hasta puede que llores, eso ya no lo tengo claro. Pero da igual, todo esto estará en tu cabeza.

En un futuro te acordarás de esta habitación bañada de sangre. Pensaste que no podían sobrevivir, pero lo hicieron y tuviste que acabar con ellos de manera definitiva. Aquellas bocas que no quisimos alimentar ahora dejarán de cuestionarte, para siempre. Sin embargo, mirarás atrás y aparecerán. Pero no serán reales; solo estarán en tu cabeza. Míralos, ahora son simples manchas sangre y después no serán nada. Han fallado en lo único que no toleramos: Cortarnos las alas; apagar nuestro motor en movimiento. No les dejamos, no les perdonamos, no les recordaremos. Somos pelícanos, recuerda, somos hombres pelícano.


sábado, 18 de julio de 2015

La gran mentira

A ciento veinte kilómetros por hora iba el coche de Fredy Hinestroza en el momento en el que sucedió el fatal accidente. Un vuelco completo, un golpe contra la ladera de la montaña, un accidente letal. Fredy Hinestroza acabó destrozado, pero aún tardó unos minutos en fallecer. Unos minutos de silenciosa agonía, marcada por el metálico sabor de la sangre. Boca abajo. Sabía que iba a morir y que nadie lo podía ayudar en mitad de aquella carretera nacional un martes a las cuatro de la madrugada.

Freddy contemplaba el horizonte oscuro que, poco a poco, cada vez más se acercaba. Murió de manera patética, un apagado instantáneo, intentando asimilar su situación, sin pensar en algún posible milagro que lo salvara del fin, o en sus numerosos seres queridos.

Pudo haber pensado en sus padres, que bien de niño lo habían apoyado en todos sus intereses, deseos y aficiones; pudo haber pensado en su novia quien, al despertarse en unas horas, lo primero que haría sería enviarle un whatsapp de buenos días; pudo haber pensado en su grupo de amigos de toda la vida, con quienes salía a beber cervezas todos los viernes por la noche; pudo, incluso, haber pensado en sus más de quinientos amigos de Facebook, con quienes en algún momento había compartido, en mayor o en menos medida, momentos importantes de su vida.

Pero lo cierto es que murió solo y de manera patética, porque falleció sin que nadie le conociera de verdad. Esa fue la gran mentira: Lo que el era Fredy Hinestroza para los demás distaba mucho de lo que era en realidad.

Los padres que tanto le apoyaban y querían, solamente conversaban con él una vez a la semana. Prácticamente el tema central de sus charlas giraba en torno a la relación problemática de estos con otros parientes, que paradójicamente Fredy apenas conocía. Fredy solo les escuchaba, con frecuencia sin prestar demasiada atención, ya que a este todo esto le importaba más bien poco.

Con la novia, por su parte, mantenía una conversación vacía. El afecto y cariño era evidente, pero sus charlas básicamente se centraban en el contarse lo que hacían cada día a todo momento. Se conocían a la memoria la rutina del otro, y, como todo lo interesante que les ocurría se lo contaban a través de mensajes, en el cara a cara apenas se comentaban los argumentos de las series que veían juntos cuando no estaban besándose. Podría decirse que hablaban tanto que al final poco se decían.

Más de lo mismo con los amigos, con quienes compartía tantos gustos en común que, al final, provocaba que toda comunicación entre ellos girara en torno a trivialidades, que en ningún caso eran importantes para Fredy más allá de las risas que se hacía con ellos cada vez que salían.

Todos ellos veían a Fredy Hinestroza como un tipo sencillo, alegre, con sus virtudes y sus defectos. Pero nadie con algún problema, sino más bien un hombre feliz, con su trabajo, familia, novia y amigos. Una imagen no muy diferente a la que tenían los más de sus quinientos contactos en facebook de él y de sus fotos de fiestas o vacaciones en La Manga.

Fredy murió solo, tan solo como se había sentido en los últimos siete meses. Y no solo eso, Fredy tampoco fue un hombre feliz. Pero de eso nadie se dio cuenta, porque Fredy simplemente habrá decidido evitar transmitirlo, o, si lo hizo, quizás nadie habría estado atento a su demanda. Quizás, entre sus allegados, ninguno era la persona idónea para poder ser su confidente; quizás Fredy era socialmente incapaz de transmitir este tipo de cosas, o de encontrar el momento justo para ello.

¿Pero cuánto hubiera cambiado de haber sido lo contrario?

El legado que deja Hinestroza no es otro que el recuerdo de un hombre bueno que vivió (de manera fugaz, eso sí) lo que muchos denominarían una vida plena. ¿Habría ayudado a estas personas saber que este era, en realidad, un hombre tan atormentado como lo fue? Quizás su muerte fue un suicidio, pero quizás el se quedó dormido o iba borracho. La cuestión es que su profunda tristeza nadie la conoció y se murió con él un martes a las cuatro de la mañana.

Al día siguiente, sus padres, su novia, su grupo de amigos de toda la vida y otras personas cercanas se reunieron en el velatorio para mostrar su pésame. Entre anécdotas y buenos recuerdos empañados por la tristeza, ninguno de sus seres queridos sospechó siquiera que el legado que Fredy Hinestroza les había dejado no era más que una imagen modificada por lo que cada uno habían visto y conocido. Una imagen que poco se acercaba a lo que era su realidad. Todo fue una gran mentira. La mentira más hermosa de todas.






jueves, 9 de julio de 2015

Derecho de pernada

Ruperto Alatriste, archiduque de Emerita Augusta (AKA Meryland), como en el resto de viernes-noche de su vida adulta, se encontraba a bordo de su carruaje Ford Fiesta, rumbo a Pachá, en búsqueda de lo que hacía todos los viernes noche, cuando montaba a lomos de su ford-fiesta: Reclamar su derecho de pernada.

Ruperto se había puesto las joyas de la corona (concretamente los oros en el cuello, y los dudosos diamantes en las orejas), se había peinado con toda la gomina que le quedaba en su bote casi-caducado, y se había sobre-perfumado con la popular fragancia Diesel. Se le podía oler, lo comprobé, a veinte metros a la redonda. Lo tenía todo: Ruperto Alatriste, archiduque de Emérita Augusta, se había puesto to reshulón. Empezaba por fin lo que tanto había esperado desde el último viernes noche.

¿Por qué le molaba tanto a Ruperto irse a Pachá Meryland todos los viernes a la noche? "¡Acho -contestó cuando le pregunté- no me ralles primo!". Más tarde comprendí la naturaleza de todo esto; dicho periplo suponía la más armónica unión de las dos actividades favoritas para un archiduque tan marchoso como era él: Ir de caza y reclamar su derecho de pernada. No obstante, estas dos acciones, mas bien podrían simplificarse en una: intentar folletear con la plebeya más jamona de Pachá Meryland.

Ruperto Alatriste era mi primo. Y esa noche yo estaba de copiloto. Iba a presenciarlo todo.

Mi relación con él pocas veces trascendió de lo estrictamente familiar, desde que éramos pequeños al menos. Por aquel entonces, cuando yo tenía seis y él ocho (o así) cualquiera del pueblo diría que éramos uña y carne. La liábamos parda siempre que podíamos y éramos la pesadilla de una familia que, por culpa nuestra, dormía siempre con un ojo atento a nuestras continuas gamberradas. Después, bueno, crecimos de manera diferente: mientras yo me empecé a interesar por la literatura, cómics y videojuegos, él se preocupó más por fumar porros a todas horas e ir al poli a por chicas. Ahora, apenas coincidíamos en el pueblo en verano, o en algunas de sus visitas a Salamanca. Sin embargo nuestra relación nunca dejó de ser familiar, por eso cuando me dijo "Eh Jota, ¿nos tomamos unas rallitas y nos vamos pa' Pachá a ligarnos unas mozas? Va, vente con el primo Rúper que hace un huevo que no nos vemos". No pude negarme a hacerlo.

Para Ruperto Alatriste la droga era importante; para mí, un poco menos.

Dicho y hecho: Tres rallas consecutivas del speed más barato que se pudiera conseguir en Extremadura corría por nuestras venas mientras conducíamos a toda pastilla. La música era lo de menos, porque la Máxima FM creaba en nuestras mentes un efecto totalmente redundante a lo que nos había provocado la droga. No sé cómo lo hizo, pero el archiduque Ruperto Alatriste, el primo del pueblo, me había contagiado en media hora su perpetuo ímpetu cani y su determinación para emprender tal noble misión, como es reclamar el derecho de pernada.

A Rúper le decían archiduque porque así se llamó siempre en el LoL.

Cuando por fin llegamos a Pachá Meryland, lo primero que sentimos al bajar del coche fue el olor del pis del botellón. "Primo, bienvenido a mis tierras" me dijo Ruperto Alatriste, archiduque de Emerita Augusta, aún con la nariz blanquecina por el speed. Abrimos el maletero, subimos el volumen de la máxima FM y empezamos a beber el botellón que habíamos preparado en casa: Vodka azul con red-bull. No preparamos mucho (solo llenamos una botella de fanta limón vacía) porque, según el primo, para estas cosas hay que estar lúcidos.

Entramos por fin a la disco, después de hacer la cola y pagar los pertinentes 15 euros que nos costó la entrada. Era la una de la mañana y la discoteca estaba bastante vacía "debimos habernos quedado más tiempo en la botellona" me gritó el primo en la oreja. Nos pusimos los sellos y salimos en búsqueda de las titis.

Vimos a un grupo de cuatro chicas; casualmente conocía a una de ellas de mi oscura etapa en el instituto. Se lo hice saber al archiduque y este infló el pecho, endureció sus brazos y empezó a caminar mecánicamente hacia el grupo de las tías para iniciar su cortejo. Conocedor de las técnicas de seducción, mi primo me utilizó como 'abridor' para entrar a las chicas: "Eh chicas, a mi primo se le ha caído el inhalador y es asmático ¿Lo habéis visto por aquí?". Al principio algo preocupadas por el asunto, no tardaron en tranquilizarse y ponerse a hablar con nosotros. Odié a mi primo durante un buen rato (la de mi instituto apenas me reconoció, solo un "Tu cara me suena de algo, ¿o soy yo?") y su forma estridente de ser... no hacía más que sentir rechazo hacia cada una de ellas.

Al rato, sin embargo, llegaron dos hombre más altos, más atléticos y más guapos que mi primo y que, por supuesto, yo. Los 'alfa' se olvidaron de saludarnos y se llevaron al rebaño de chonis dentro de la discoteca, que parecía llenarse. "Tenemos que volver, tenía una a huevo, primo". Y volvimos.

Dentro allí estaban, y bailamos Danza Kuduro con las dos que no se encontraban morreándose con los dos maromos de antes. Eran, con diferencia, las menos atractivas del grupo. A mi primo le pareció importarle más bien poco (¿se había metido más droga?). Yo me fui a la barra para aprovechar mi consumición.

Pasé quince minutos allí hasta que la camarera se dignó a atenderme y a servirme un sucedáneo de gin tonic, sin limón y con un dedo de ginebra. Mientras bebía aquella cosa en la barra, oteé el horizonte en búsqueda de mi primo. De repente, sentí una palmada fuerte en mi espalda: Era el Adri, otro amigo del pueblo. Lo recordaba con cariño, porque era de los pocos niños que también disfrutaban con los cómics como hacía yo, sin embargo, su mudanza hizo que perdiésemos el contacto. Ahora estaba igual, pero con cincuenta kilos más de músculos, diez gramos más de gomina, y dos millones de neuronas menos. "¡Ye loco! ¡Cuanto tiempo acho!". Le saludé brevemente y escapé a los baños en cuanto pude.

Cuando salí del aseo allí estaba Ruperto Alatriste, en la puerta del de las mujeres. "Primo, misión conseguida. Tengo a una en el baño, así que cuando salga nos vamos a casa ¿o prefieres bailotear un poco más?".

Le dije que ya era suficiente bachata por hoy.

Pasaron treinta minutos cuando 'su chica' salió de ahí. Me enteré semanas más tarde que a esa chica le decían Fiona. No la conocía de nada: lo único que supe de ella fue que algo raro le ocurría en su estómago, ya que el vómito que dejó en el coche de regreso a casa terminaba en sangre. No soy médico pero eso no parecía normal. Me dejó Rúper finalmente en la puerta de mi casa, tras haber hecho tres rodeos para evitar los controles de alcoholemia. Solo habían pasado tres horas desde nuestra partida.

Me costó dormir aún por el poco speed que no había procesado mi cuerpo.

El archiduque Ruperto Alatriste, por su parte, ya estaría en su casa, haciendo el mínimo ruido posible para no despertar a su madre, contento de haber hecho efectivo, una vez más, lo que es suyo: el derecho de pernada.


domingo, 5 de julio de 2015

Vértigo de verano

Cuando bajó del autobús, lo primero que sintió el Graduado fue un vaho que le asfixiaba la boca. Ahora por fin había vuelto a la Ciudad-Verano, donde el calor, los ventiladores y cada uno de los cincuenta integrantes de la familia-mosquito, le esperaban ansiosamente. El graduado volvía, después de cuatro años, justo adonde empezó.

Todo le parecía muy paradójico y curioso: la ciudad que antes formaba parte de su zona de confort, ahora se alzaba como una ruina de misterios que convergían con vagos recuerdos. Volvía cuatro años después, pero, para él, era como si hubiesen sido cuarenta. El Graduado no solo era el mismo, sino que además había cambiado tanto que podríamos decir que nació en algún momento de esos últimos cuatro años; Por lo tanto, el Graduado nunca había pisado ciudad-verano. Lo había hecho otro.

Así, tras desempacar la segunda de sus cuatro maletas que cargó de Ciudad-Universidad a Ciudad-Verano, podríamos entender el porqué de su repentina decisión de quitarse la ropa y meterse en la bañera.

No era el sudor lo que se tenía que sacar. Era el vértigo.

¿Qué sentido tenía desempacar todas sus pertenencias (que poca cabida tenían en la casa de su padre)? ¿Cuánto iba a durar el verano? ¿Cuánto iba a durar él mismo en Ciudad-Verano? ¿Sería otra parada efímera o tendría que volver a construir una zona de confort?

Cerró los ojos y se dejó refrescar.

Ya de noche, observó desde la terraza las luces de Ciudad-Verano con el mismo vértigo, que en aquel instante se concretaba en dos hechos: Los ocho pisos que separaban su casa del suelo, y las tantas preguntas que no supo contestar durante los meses precedentes. Además, esta situación le recordaba claramente a cómo se sentía cinco años atrás, justo antes de decidir su marcha a Ciudad-Universidad. Sin embargo, ahora todo era diferente, ya que el Graduado nada tenía que ver con aquel que había empezado la aventura universitaria. El vértigo pues, se empañaba del verano, que era húmedo, y de su pelo, que era largo.

El verano del vértigo recién había empezado y el pronóstico auguraba una próxima ola de calor. Sabiendo todo esto, hizo lo mejor que podía haber hecho: Estrenar una libreta y empezar a arrugarla.

Quedarse en el suelo era morir en la lava.




Empezaba algo bueno.