Freddy contemplaba el horizonte oscuro que, poco a poco, cada vez más se acercaba. Murió de manera patética, un apagado instantáneo, intentando asimilar su situación, sin pensar en algún posible milagro que lo salvara del fin, o en sus numerosos seres queridos.
Pudo haber pensado en sus padres, que bien de niño lo habían apoyado en todos sus intereses, deseos y aficiones; pudo haber pensado en su novia quien, al despertarse en unas horas, lo primero que haría sería enviarle un whatsapp de buenos días; pudo haber pensado en su grupo de amigos de toda la vida, con quienes salía a beber cervezas todos los viernes por la noche; pudo, incluso, haber pensado en sus más de quinientos amigos de Facebook, con quienes en algún momento había compartido, en mayor o en menos medida, momentos importantes de su vida.
Pero lo cierto es que murió solo y de manera patética, porque falleció sin que nadie le conociera de verdad. Esa fue la gran mentira: Lo que el era Fredy Hinestroza para los demás distaba mucho de lo que era en realidad.
Los padres que tanto le apoyaban y querían, solamente conversaban con él una vez a la semana. Prácticamente el tema central de sus charlas giraba en torno a la relación problemática de estos con otros parientes, que paradójicamente Fredy apenas conocía. Fredy solo les escuchaba, con frecuencia sin prestar demasiada atención, ya que a este todo esto le importaba más bien poco.
Con la novia, por su parte, mantenía una conversación vacía. El afecto y cariño era evidente, pero sus charlas básicamente se centraban en el contarse lo que hacían cada día a todo momento. Se conocían a la memoria la rutina del otro, y, como todo lo interesante que les ocurría se lo contaban a través de mensajes, en el cara a cara apenas se comentaban los argumentos de las series que veían juntos cuando no estaban besándose. Podría decirse que hablaban tanto que al final poco se decían.
Más de lo mismo con los amigos, con quienes compartía tantos gustos en común que, al final, provocaba que toda comunicación entre ellos girara en torno a trivialidades, que en ningún caso eran importantes para Fredy más allá de las risas que se hacía con ellos cada vez que salían.
Todos ellos veían a Fredy Hinestroza como un tipo sencillo, alegre, con sus virtudes y sus defectos. Pero nadie con algún problema, sino más bien un hombre feliz, con su trabajo, familia, novia y amigos. Una imagen no muy diferente a la que tenían los más de sus quinientos contactos en facebook de él y de sus fotos de fiestas o vacaciones en La Manga.
Fredy murió solo, tan solo como se había sentido en los últimos siete meses. Y no solo eso, Fredy tampoco fue un hombre feliz. Pero de eso nadie se dio cuenta, porque Fredy simplemente habrá decidido evitar transmitirlo, o, si lo hizo, quizás nadie habría estado atento a su demanda. Quizás, entre sus allegados, ninguno era la persona idónea para poder ser su confidente; quizás Fredy era socialmente incapaz de transmitir este tipo de cosas, o de encontrar el momento justo para ello.
¿Pero cuánto hubiera cambiado de haber sido lo contrario?
El legado que deja Hinestroza no es otro que el recuerdo de un hombre bueno que vivió (de manera fugaz, eso sí) lo que muchos denominarían una vida plena. ¿Habría ayudado a estas personas saber que este era, en realidad, un hombre tan atormentado como lo fue? Quizás su muerte fue un suicidio, pero quizás el se quedó dormido o iba borracho. La cuestión es que su profunda tristeza nadie la conoció y se murió con él un martes a las cuatro de la mañana.
Al día siguiente, sus padres, su novia, su grupo de amigos de toda la vida y otras personas cercanas se reunieron en el velatorio para mostrar su pésame. Entre anécdotas y buenos recuerdos empañados por la tristeza, ninguno de sus seres queridos sospechó siquiera que el legado que Fredy Hinestroza les había dejado no era más que una imagen modificada por lo que cada uno habían visto y conocido. Una imagen que poco se acercaba a lo que era su realidad. Todo fue una gran mentira. La mentira más hermosa de todas.
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