domingo, 5 de julio de 2015

Vértigo de verano

Cuando bajó del autobús, lo primero que sintió el Graduado fue un vaho que le asfixiaba la boca. Ahora por fin había vuelto a la Ciudad-Verano, donde el calor, los ventiladores y cada uno de los cincuenta integrantes de la familia-mosquito, le esperaban ansiosamente. El graduado volvía, después de cuatro años, justo adonde empezó.

Todo le parecía muy paradójico y curioso: la ciudad que antes formaba parte de su zona de confort, ahora se alzaba como una ruina de misterios que convergían con vagos recuerdos. Volvía cuatro años después, pero, para él, era como si hubiesen sido cuarenta. El Graduado no solo era el mismo, sino que además había cambiado tanto que podríamos decir que nació en algún momento de esos últimos cuatro años; Por lo tanto, el Graduado nunca había pisado ciudad-verano. Lo había hecho otro.

Así, tras desempacar la segunda de sus cuatro maletas que cargó de Ciudad-Universidad a Ciudad-Verano, podríamos entender el porqué de su repentina decisión de quitarse la ropa y meterse en la bañera.

No era el sudor lo que se tenía que sacar. Era el vértigo.

¿Qué sentido tenía desempacar todas sus pertenencias (que poca cabida tenían en la casa de su padre)? ¿Cuánto iba a durar el verano? ¿Cuánto iba a durar él mismo en Ciudad-Verano? ¿Sería otra parada efímera o tendría que volver a construir una zona de confort?

Cerró los ojos y se dejó refrescar.

Ya de noche, observó desde la terraza las luces de Ciudad-Verano con el mismo vértigo, que en aquel instante se concretaba en dos hechos: Los ocho pisos que separaban su casa del suelo, y las tantas preguntas que no supo contestar durante los meses precedentes. Además, esta situación le recordaba claramente a cómo se sentía cinco años atrás, justo antes de decidir su marcha a Ciudad-Universidad. Sin embargo, ahora todo era diferente, ya que el Graduado nada tenía que ver con aquel que había empezado la aventura universitaria. El vértigo pues, se empañaba del verano, que era húmedo, y de su pelo, que era largo.

El verano del vértigo recién había empezado y el pronóstico auguraba una próxima ola de calor. Sabiendo todo esto, hizo lo mejor que podía haber hecho: Estrenar una libreta y empezar a arrugarla.

Quedarse en el suelo era morir en la lava.




Empezaba algo bueno.

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