Ruidosas las locomotoras arrancaban desde la estación de ferrocarril de Rotterdam hacia "las canteras del rin".
Las nubes tronaban, rayos y relámpagos martillaban el cielo acabando con la calma. Era ensordecedor, el chirrido de trescientas toneladas de hierro transportando sucio carbón arrancaba las entrañas de cualquiera. Gritaba con voz ronca Rudolf, el conductor, la orden de acelerar, mas nadie le oía.
El tren ya rodaba a raudales y avanzaba por una de las ramblas de las redes ferroviarias, el vapor oscurecía aun más el cielo, pasando Stuttgart, cerca de esas montañas rocosas ya se encontraba.
Risenberger, la empresa minera estará contenta, pues el carbon era el recurso más usado para mover las maquinas rompedoras de piedras. Estas contenían en gran parte hierro, un material muy reclamado. Y cargaban carbón en grandes cantidades.
Rudolf, risueño por el gran trabajo realizado, rompió el hielo y le recitó al ingeniero oficial, un chiste. Sin embargo ni gracia le hizo al ingeniero a bordo pues no oyó nada debido en gran parte al ruido del ferrocarril y de la tormenta y a la resaca de ayer pues se había casado su retoño, Ralph.
Tres días más tarde, el tren arribaba a "las canteras del rin" y para gran sorpresa, ésta en ruinas se encontraba. Al parecer unos nuevos carros de guerra pesados de Prusia, habían roto y acabado con la estructura de la cantera provocando nada más que destrucción. Los restos eran nulos y las perdidas humanas eran tremendamente grandes.
Sin saber qué hacer el conductor hechó a correr como un perro, gritando, gritando y gritando de terror, en depresión terminó el pobre Rudolf.
Dos meses después la gran guerra empezaba, arrastrando horror y destrucción por el centro de Europa.
FIN
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