Primera parte:
·3 Dominique du Tardal.
Oh, ¡qué majestuosa era! ¡con qué fuerza brillaba en la oscura noche! Alucinante.
El bosque acaba y justo al final antes de empezar la montaña maciza me espera alguien con una antorcha. Veo, como era previsto, a uno de mis hombres, era un soldado.
-Oh, saludos monsieur Du Tardal, para algunos usted sigue siendo nuestro legítimo rey... usted se ha atrasado.
-Tuve un ligero problema de orientación, ¿alguna novedad?
-Sí, el rumor de su posible advenimiento ha llegado a Bordas. Bordas ha ordenado construir esa atalaya -Me la señala con el dedo, una torre situada a apenas 35 metros.- para asegurarse que nadie entre por tierra sin que él lo sepa.
-Hay que acabar con eso, bien ¿De qué esta hecha?, ¿Cuánto mide? y ¿Cuántos guardias hay en ella?.
-Es una atalaya de madera de doce metros de altura. Está custodiada por siete hombres: dos arriba y cinco en el puesto de abajo.
-Muchas personas, demasiadas, ¿alguno es de los nuestros?
-Me temo que no, monsieur.
-En ese caso habrá que derribarla. Quiero que mantengas distraídos a los de abajo mientras yo me ocupo de la torre en sí. Acérquese y charle con ellos, yo desde una posición prudente le lanzaré las bombas, -Saco un par de bombas redondas de un bolsillo de mi capa.- esto es más que suficiente. Me tendrás que dejar algo de fuego para detonarlas -De mi equipaje saco una especie de candelabro, me lo enciende, pero este candelabro es opaco y apenas emite luz alguna.- cuando oiga mi señal, corre.
-Entendido.- Se marcha hacia la torre.
Me acerco escondido a través de unos matorrales hasta una distancia idonea, el fuego estaba escondido en un candelabro opaco y mi hombre ya se encontraba conversando con los otros guardias. Dejo el candelabro opaco en el suelo, preparo las bombas al lado, espero un rato. Cuando considero que ya ha pasado el tiempo justo abro el candelabro enciendo las dos bombas a la vez y a medida que las lanzo grito "¡CORRE!".
La explosión fue colosal, la torre entera explotó en mil pedazos provocando también un pequeño incendio, creo que ahí adentro había unos cuantos toneles de pólvora. Esta explosión fue demasiado, quería ser discreto. He de aprovecharme de esta situación de confusión. Me abro paso hasta el distrito humilde, me esperan, oigo campanadas. Dios, llego tarde.
Llego a la plaza del pozo, que se encuentra justo unos cien pasos más abajo de la torre de la montaña, hay dos hombres vestidos de campesinos junto a una especie de carretilla de cuatro ruedas, un carro de carga, con unas pieles.
-Monsieur... ¡maldita sea! ¿qué carajo ha sido eso? -Señala el fuego de la montaña.- ¡Llega usted tarde!
-Lo sé, ¿Está todo preparado?
-Si, pero se acercan los hombres de Bordas, no podemos perder más tiempo, ¡Vamos! Métase.
Me meto con mi equipaje en esa carretilla que olía a carne muerta, estaba tapado por pieles y sentía un calor insoportable. Por lo menos es discreto. Nos movemos en cuesta abajo pero con lentitud pues sino llamaría mucho la atención y más a estas horas. En Tardalona está prohibido usar caballo a no ser que pertenezcas a las élites de la ciudad o seas un alto cargo militar (Una de esas bizarras medidas de Bordas). Suenan las campanadas, esto no es suficiente, tiene que haber otra forma. La pendiente se pone más pronunciada y mis hombres aumentan sus esfuerzos para
poder sujetarme, esto tiene que cambiar. Se escuchan soldados correr cerca de mí en dirección al incendio.
-Psss, eh soltadme. La calle ahora es todo recta hasta la catedral, no puedo tardar mucho más.
-Pero monsieur, se va a hacer daño, y hay muchos soldados.
-No, no me va a pasar nada, os lo prometo. Vamos, empujadme, ¡es una orden!
Asomo la cabeza fuera y veo decenas de soldados subiendo por la calle en dirección al incendio. Tenía tanta pendiente que había un tramo que no se podía ver, sólo veía una parte de ella y luego la imponente catedral. Casas humildes en los costados. Esto es una mala idea. Demasiada gente, demasiada pendiente. Cuando me giro para cambiar de opinión, veo como me alejo de ellos a velocidad creciente, caía en las garras de Tardalona.
La velocidad es abrumadora, el carro de madera tiembla, salta, chirría, se trata de una auténtica máquina infernal. En el camino tropiezo con unos cuantos soldados sorprendidos por el incendio y por esto. Todos los que se cruzan en mi camino, perecen aplastados. A alguno le da tiempo a sacar su fusil y disparar al carro, pero no ocurre nada. El carro corre y corre, me acerco a la catedral. En la puerta de la catedral me espera un pequeño batallón de soldados en formación con sus rifles apuntándome, ilusos. Me sueltan una ráfaga, no ocurre nada. A la segunda ráfaga salto del carro con mi equipaje, doy un par de vueltas carneras en el suelo y me levanto. La potente inercia del carro producto de cientos de pasos en una pendiente muy pronunciada acaba con casi todos los guardias que apenas tuvieron tiempo de reaccion (Carro pesado de madera más velocidad descomunal es igual a muerte subita). Me voy corriendo en ese pequeño momento de desconcierto. Me encuentro cerca del Gat Negre, es casi la hora.
Entro, por fortuna aún no ha llegado, evadiéndome de cualquier tentativa y distracción, voy al grano a por el viejo tabernero.
-Hey,¿quieres cincuenta monedas de oro?.
-¿Cuantas cortesanas quieres?.
Abro mi equipaje y cojo un saco de monedas, Lo dejo encima de la barra. Justo en ese momento entra el chaval al que estaba esperando.
-No es eso, es algo muy sencillo. ¿Ves a este chico que está discutiendo con ese abuelo? Quiero que seas agradable y le hables de Marco Rosso, vive en la posada de enfrente. ¿Entendido?.
-Oído cocina. Ten, un poco de ron, invita la casa.-Coge el saco y me sirve un buen vaso cargado.
Me siento en un lugar discreto, allí me quedo observando. El chaval es justo como yo le recordaba. Parece ser valeroso, un hombre de honor, que haría cualquier cosa por salvar a su hermana, me será muy útil. Le compadezco. Al cabo de un rato se marcha (Mi plan está cuajando) y justo antes de que se fuara entra un viejo, un auténtico hombre, un pirata. El pirata no parece ser de aquí, me suena mucho su cara, creo que es una vieja gloria, un auténtico corsario, un viejo lobo de mar. Casi nada más entrar, inicia una pelea con el mesero, le está dando, y bien. Creo él le invitaré a que se una, podría colaborar. Vaya, he de irme, me distraje demasiado.
Entro en la posada, le pido una habitación al encargado. Me otorga la única que le quedaba.
-Está un poco sucia y tal, pero es la que hay.
-Bueno, es igual, es sólo para esta noche.
-Lo que usted diga señor, son dos monedas de oro.
-Aquí tiene.-Me marcho rapidamente.
-Oye, la puerta…
-Si si si, la cerraré bien si -Subo las escaleras apurado.
-La puerta no funciona muy bien -Murmura para sí el encargado.
Entro, dejo mi equipaje en la cama, cuelgo el saco del dinero, me siento en la cama (sí que parece sucia) y acto seguido escucho como alguien sale de la habitación de enfrente. Veo que es mi "invitado" quien sale de ahí. Le sigo hasta que arriba a su aposento.
-¿Ferran Corominas?
-Disculpe, ¿Le conozco? -Se gira, me mira de arriba a abajo.- ¿Quién eres tú?
-Soy un "amigo", sé donde esta su hermana. Ven conmigo, te lo explicaré.
FIN DE LA PRIMERA PARTE.
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