Era de noche, llovía. Las gruesas gotas al caer atravesaban con increíble facilidad el espeso follaje de aquel denso bosque caducifolio. La luna estaba llena y nadie lo sabía pues no se veía. El cielo era negro, muy negro. La única iluminación era los rayos, el único sonido los truenos. Los truenos, y la lluvia claro. Era un auténtico diluvio. La lluvia ya estaba desde hacía cinco horas, pero es en ese momento cuando diluviaba. Parte del suelo era todo fango, lo demás, era sólo húmeda hojarasca.
Y estaba él huyendo.
Vestía con chubasquero, portaba sombrero, y eso le ocultaba parcialmente su cara, una cara de terror. No sabía porque corría o de que huía. Quizás lo hacía por instinto. Llevaba casi diez minutos de sprint. No sabía nada, sólo sabía que estaba sólo bajo la tormenta en este bosque frondoso. Sólo sabía que tenía que correr. Sus fuerzas disminuían, era duro correr bajo la amortiguación del fango y de la gruesa hojarasca. También era duro volver a correr después de tres años de prácticamente inactividad física. Las zancadas se le hacían pesadas, bajaba el ritmo, tenía que parar. Pero no, debía seguir corriendo, debía seguir corriendo. Hasta que se resbaló.
Dos, tres, cuatro vueltas carneras hasta acabar en un charco de fango. Se le había caído el sombrero. La lluvia no cesaba. Se intentó reincorporar, sus piernas no le terminaron de responder, acabó de rodillas en el fango. Intentó levantarse. Le vio venir, estaba muy cerca. Se cayó de espaldas. Se le acercaba, parecía disfrutar el momento, gozaba de la situación, su mirada reflejaba un claro deseo de acabar con su vida, lo deseaba, lo tenía que hacer. El hombre no podía levantarse, el fango y sus piernas no se lo permitieron. Intentó gatear hacia atrás pero se topó con una enorme roca que le impedía retroceder, no podía escapar. Mientras tanto, el otro hombre se le quedó mirando desde una distancia. Se encontraba en una situación donde sólo se le puede ver de contraluz. El hombre tendido en el suelo no le puede ver la cara, sólo podía ver su silueta. Era otro hombre, portaba un hacha, ÉL hacha.
-Vaya, vaya, vaya. Pero si es el último bastión de vida de este lugar ehh, jajaja me cago en la puta, creí que me los había cargado a todos. Ahora dime, ¿Estabas con los otros?.- Su voz era dura y áspera, pero bastante clara.
-¿Qué?- Replica el hombre, que estaba horrorizado, con la vaga ilusión de que todo esto era una confusión y de que no le había pasado nada a nadie.
-A ver, ¡Que están muertos! Yo mismo les maté... Pero te he hecho una pregunta, ¿Estabas con los otros verdad? ¿Si es así por qué no estabas en sus tiendas de campaña?- Parecía algo impaciente, lo que en un principio era un momento de gozo para él ahora parecía que este asunto se le estaba yendo de las manos. Tenía que apresurarse y él mismo lo sabía. Y más si no pertenecía al grupo de los otros.
-Pero, ¿po-po-por qué?
En ese instante el asesino se acercó y colocó el hacha en la amplia frente del hombre arrinconado. Es ahora cuando el otro podía ver más o menos el aspecto del asesino. Parecía alto, vestía con una chaqueta larga, sin embargo no podía ver sus rasgos faciales, la oscuridad seguía ocultándolo casi todo. Notaba el ruido de las gotas al rebotar con el metal del hacha. Sentía como el agua se mezclaba con la sangre derramada en ésta y bajaba hasta su boca. Es ahí cuando se dio cuenta de la enorme cantidad de sangre que albergaba la letal arma. La lluvia seguía, pero disminuía.
-Te hice una pregunta.- Su ira aumentaba.
-...No.
-¡Me cago en la puta!, ¿y quien demonios eres? ¿Qué hacías sólo en medio del bosque?- Aprieta aun más el filo del hacha a la frente de la víctima.- jaja, son mis modos, me gusta saber algo de mis víctimas antes de matarlas. -Para de llover, se empieza a aclarar el cielo.
-No lo sé, me desperté en este bosque, hará unas horas.
-¿Acaso me tomas el pelo? sé que sólo eres un maldito poli, o sheriff , o guardabosques que ha fracasado en su trabajo.
-No...-Alza la cabeza hacia el cielo, la baja algo asustado.- Vete, vete, márchate, en serio, te lo ruego.-Más que una súplica, parecía una advertencia.
-Me tienes harto mocoso -prepara el hacha en posición de ataque.- ¿últimas palabras?
-Mira al cielo.
El asesino mira al cielo, y se ciega debido al brillo de la luna. Estaba llena. Es ahí cuando se puede apreciar el aspecto del asesino. Lo único que podemos destacar, lo verdaderamente importante de su aspecto, fue la cara de sorpresa, desesperación e ira al bajar la mirada y no encontrar a su víctima. Después de hechar un vistazo rápido en un ambiente mucho más iluminado, escuchó un ruido a sus espaldas. Confiado se gira en redondo.
Lo siguiente que vio, acto seguido, fue una mancha negra que se cierne sobre él, Debido a la rapidez del momento, no fue capaz de distinguir nada forma alguna. Sólo oscuridad. Fue un momento fugaz, un momento fugaz que acabó con su vida. A penas le da tiempo de enterarse de nada, lo último que sintió fue horror, lo último que vio fue la luna.
FIN