(Esta entrada se escribió la misma noche del clásico FCB-R.Madrid)
El mundo del deporte historicamente ha sido una especie de "guerra sana" donde los colores carácterísticos son los estandartes o señas de identidad de cada bando. Em esta guerra de pigmentos siempre ha habido dos colores que se imponen en número y en poder o importancia con respecto a los demás: el rojo y el azul.
El mundo del futbol no es una excepción y es que la mayoría de los más grandes equipos del mundo portan alguno de estos colores. Y también, en muchas ocasiones, su máximo "rival" suele llevar el otro color importante. Esto ocurre por lo menos un 65% de las veces.
Esta noche he visto un equipo con los dos colores y otro equipo sin ninguno de estos. Esta explicación de la pigmentación no es más que una metáfora de lo visto anoche: Un equipo con todo que aplasta a un equipo que se queda sin color.
El equipo colorido fue un conjunto, que atacaba y defendía al unísono, un todo... como un reloj. Allí el ataque comenzaba con el portero y la defensa comenzaba con los delanteros. Un equipo donde la pelota era su droga y donde sus jugadores eran unos virtuosos. El otro equipo, bien ordenado y con grandes artistas no pudo hacer otra cosa que observar la sinfonía del rival. Un equipo lo hizo todo, y como lo hizo todo dejó al rival sin nada. Un equipo se adueñó egoístamente de todo durante casi todos los 90 minutos del partido dejando al otro en blanco.
En definitiva, cuando uno lo hace todo, el otro no puede hacer nada. Uno se adueñó de los colores y dejó al otro sin vida, ideas y color. Anoche un equipo nos hizo disfrutar de un juego perfecto, único y total. El rival... ¿Qué rival?.
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