Escrito a las 00:19 en mi
habitación. Colgado a las 12.15 en el parque del palacio Anaya.
Después de una semana en
Salamanca ya podemos sacar muchas primeras impresiones y algunas primeras
conclusiones. Podemos hablar de mis primeras noches de fiesta salmantina, de
las clases y de los profesores, de la universidad, de la gente... Podemos, en
definitiva, hablar de esto y de mucho más, pero no voy a dejar escueta la cosa
y voy a continuar un poco mi entrada anterior. Sí, vamos a continuar hablando
del piso.
A pesar de que la
compañera Erasmus se queda en el piso y en su habitación finalmente, a pesar de
que aún no me trajeron ni el escritorio ni nada, a pesar de que seguimos sin el
contrato firmado, a pesar de que también nos tienen que traer productos de
limpieza... a pesar de esto y MÁS, sólo hay un defecto del piso que permanece
en mente con particular fuerza en mi compañera eslovaca, llamémosla Eda, y en
un servidor. Con este ejemplo de una típica conversación entre Eda y Lucio todo
se verá muy claro:
Lucio- Hola Eda, ¿Qué
tal?
Eda- Bien, hoy no he ido
a clase.
Lucio- Ajá.
Eda-Tenemos que llamar a
Dani para hacer el contrato para poder contratar internet. ES HORIBLE VIVIR SIN
INTERNET (No pronuncia las RR).
Así día sí y día también. "Es horible vivir sin internet" dice
siempre ella, y lo es. Desde que he llegado aquí me he conectado casi siempre
en cafeterías (gastándome mínimo 2.20€ cada vez que voy) pero también he
encontrado wifi en las puertas de la facultad, en la biblioteca e incluso en la
escalera de una iglesia pillando el wifi de un McDonalds de en frente. Todo
esto para llegar a casa y escuchar una voz con acento élfico que me recuerda
que “Es horible vivir sin internet”.
Así pues llegó el día en que quedamos que la vida “horible” tenía que
acabar pronto.
Como sí que llega wifi a nuestras antenas pero con seguridad de por
medio, decidimos hacer una incursión (Eda y Yo) piso por piso en busca del wifi
codificado proponiendo compartirlo a cambio de un reparto económico de la
factura. Lógico, fácil. Pero nada te lo regalan y apartamento por apartamento
descubrimos que este edificio está casi completamente deshabitado de gente y aún
más despoblado, si cabe, de internet. Sólo nos abrió, en el tercer piso
(vivimos en un cuarto), un vecino danés que, en una breve pero intensa
comunicación en inglés con mi compañera trilingüe eslovaca (Yo me límite a
decir “hola” y “cenquiu”), nos comunica que lo iba a hablar con su novia. Así
que nos aconsejó volver a las 21.00.
Y a las 21.00 volvimos. Eda y yo, yo y Eda. Dos personas opuestamente diferentes
unidas por el bien común, en la búsqueda de la preciada señal wifi, en la
búsqueda de volver a probar algo de ese, ya lejano, elixir llamado “internet en
casa”. Nosotros dos llamamos a la puerta, pero solo el silencio nos contestó.
Cuando ya nos disponíamos resignados a subir por la escalera en dirección a
nuestro piso, una voz celestial sonó en el ascensor gritando “¡Planta tercera!”
(El ascensor de nuestra finca tiene la particularidad de que la voz que anuncia
las plantas es la de nuestro portero. Una voz algo ronca, basta y muy de
pueblo). Eran ellos.
Muy amablemente nuestros vecinos, en vez de limitarse a darnos la contraseña,
nos invitaron a entrar a su casa, la cual tienen perfectamente y completamente
amueblada con TV de plasma de 40 pulgadas, Xbox 360 y todo (la nuestra, en
cambio, está vacía, como si de una vivienda ocupa se tratase). Nos sentamos y
tuvimos una grata y multicultural conversación. Al parecer ellos son una pareja
de un danés y de una chilena que se mudaron a Salamanca para estudiar desde
primer curso hasta terminar la carrera. Nunca supe sobre su edad (de 21 a 23 parecen),
ni me acuerdo de sus nombres, pero sí que supe que ella vive del dinero de sus
padres y él de las generosas ayudas a estudiantes del gobierno danés producto
de unos impuestos superiores al 45%. Así que, después de unos tres cuartos de
hora de agradable charla y después de enterarme de que el danés también, al
igual que yo, va a primero en filología hispánica, nos despedimos quedando en
salir todos juntos el próximo jueves de fiesta.
Y con nuevos amigos y con la contraseña de internet bajo nuestros
brazos, volvimos exitosos a nuestro piso de nuestra cruzada particular contra
el aislamiento cibernético.
Pero nunca la vida fue fácil y, por eso (quiero creer), esa señal inalámbrica
nunca fue detectada por ninguno de los tres ordenadores. Así que, da igual el
buen momento pasado, da igual los nuevos amigos, da igual TODO. La vida
“horible” continúa.