martes, 4 de octubre de 2011

"Horible"

Escrito a las 00:19 en mi habitación. Colgado a las 12.15 en el parque del palacio Anaya.

Después de una semana en Salamanca ya podemos sacar muchas primeras impresiones y algunas primeras conclusiones. Podemos hablar de mis primeras noches de fiesta salmantina, de las clases y de los profesores, de la universidad, de la gente... Podemos, en definitiva, hablar de esto y de mucho más, pero no voy a dejar escueta la cosa y voy a continuar un poco mi entrada anterior. Sí, vamos a continuar hablando del piso.

A pesar de que la compañera Erasmus se queda en el piso y en su habitación finalmente, a pesar de que aún no me trajeron ni el escritorio ni nada, a pesar de que seguimos sin el contrato firmado, a pesar de que también nos tienen que traer productos de limpieza... a pesar de esto y MÁS, sólo hay un defecto del piso que permanece en mente con particular fuerza en mi compañera eslovaca, llamémosla Eda, y en un servidor. Con este ejemplo de una típica conversación entre Eda y Lucio todo se verá muy claro:

Lucio- Hola Eda, ¿Qué tal?

Eda- Bien, hoy no he ido a clase.

Lucio- Ajá.

Eda-Tenemos que llamar a Dani para hacer el contrato para poder contratar internet. ES HORIBLE VIVIR SIN INTERNET (No pronuncia las RR).


Así día sí y día también. "Es horible vivir sin internet" dice siempre ella, y lo es. Desde que he llegado aquí me he conectado casi siempre en cafeterías (gastándome mínimo 2.20€ cada vez que voy) pero también he encontrado wifi en las puertas de la facultad, en la biblioteca e incluso en la escalera de una iglesia pillando el wifi de un McDonalds de en frente. Todo esto para llegar a casa y escuchar una voz con acento élfico que me recuerda que “Es horible vivir sin internet”.

Así pues llegó el día en que quedamos que la vida “horible” tenía que acabar pronto.

Como sí que llega wifi a nuestras antenas pero con seguridad de por medio, decidimos hacer una incursión (Eda y Yo) piso por piso en busca del wifi codificado proponiendo compartirlo a cambio de un reparto económico de la factura. Lógico, fácil. Pero nada te lo regalan y apartamento por apartamento descubrimos que este edificio está casi completamente deshabitado de gente y aún más despoblado, si cabe, de internet. Sólo nos abrió, en el tercer piso (vivimos en un cuarto), un vecino danés que, en una breve pero intensa comunicación en inglés con mi compañera trilingüe eslovaca (Yo me límite a decir “hola” y “cenquiu”), nos comunica que lo iba a hablar con su novia. Así que nos aconsejó volver a las 21.00.

Y a las 21.00 volvimos. Eda y yo, yo y Eda. Dos personas opuestamente diferentes unidas por el bien común, en la búsqueda de la preciada señal wifi, en la búsqueda de volver a probar algo de ese, ya lejano, elixir llamado “internet en casa”. Nosotros dos llamamos a la puerta, pero solo el silencio nos contestó. Cuando ya nos disponíamos resignados a subir por la escalera en dirección a nuestro piso, una voz celestial sonó en el ascensor gritando “¡Planta tercera!” (El ascensor de nuestra finca tiene la particularidad de que la voz que anuncia las plantas es la de nuestro portero. Una voz algo ronca, basta y muy de pueblo). Eran ellos.

Muy amablemente nuestros vecinos, en vez de limitarse a darnos la contraseña, nos invitaron a entrar a su casa, la cual tienen perfectamente y completamente amueblada con TV de plasma de 40 pulgadas, Xbox 360 y todo (la nuestra, en cambio, está vacía, como si de una vivienda ocupa se tratase). Nos sentamos y tuvimos una grata y multicultural conversación. Al parecer ellos son una pareja de un danés y de una chilena que se mudaron a Salamanca para estudiar desde primer curso hasta terminar la carrera. Nunca supe sobre su edad (de 21 a 23 parecen), ni me acuerdo de sus nombres, pero sí que supe que ella vive del dinero de sus padres y él de las generosas ayudas a estudiantes del gobierno danés producto de unos impuestos superiores al 45%. Así que, después de unos tres cuartos de hora de agradable charla y después de enterarme de que el danés también, al igual que yo, va a primero en filología hispánica, nos despedimos quedando en salir todos juntos el próximo jueves de fiesta.

Y con nuevos amigos y con la contraseña de internet bajo nuestros brazos, volvimos exitosos a nuestro piso de nuestra cruzada particular contra el aislamiento cibernético.

Pero nunca la vida fue fácil y, por eso (quiero creer), esa señal inalámbrica nunca fue detectada por ninguno de los tres ordenadores. Así que, da igual el buen momento pasado, da igual los nuevos amigos, da igual TODO. La vida “horible” continúa.

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