Cuenta la leyenda, que en algún lugar del gran campo (nadie sabe cuál exactamente), existe un hombre que es capaz de expresar las ideas y sentimientos de las cosas inanimadas. Hombre lienzo lo llaman.
Él no toca el piano, es el piano quien le pide que le haga un masaje; él no escribe sobre un folio, es el folio quien le pide que le rasquen de izquierda a derecha, de arriba abajo y usando palabras determinadas; él no pinta cuadros, es el lienzo quien le dice donde quiere tener este o aquel color.
El resultado son las sinfonías más exquisitas, las novelas más inteligentes, los poemas más sensibles, los cuadros con más vida…
Todo lo hace sin ánimo de lucro. Nunca nadie supo su nombre, siempre firma como lo que él dice “el verdadero autor”. Por eso, no es raro disfrutar de grandes obras de autores llamados “madera de roble y acero del piano”, “papel y madera de eucalipto con un poco de grafito” o “tela de algodón del lienzo”.
Algunos creen que se trata del chií presente en los espíritus de árboles, plantas o animales muertos; otros dicen que es su forma de hacerse conocer; otros creen que está influenciado por seres de otro planeta; la mayoría simplemente cree que está loco de remate.
Y mientras el resto del mundo sigue con esta inútil discusión, en algún lugar de aquel gran campo, aún sigue allí, procurando humildemente seguir haciendo bien su trabajo, complaciendo la voluntad de las cosas, hasta el final.
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