Y de ese mar de información, se dio cuenta de que no sólo podía navegar, sino que también se podía sumergir. Por eso, fue así como cada noche iba solo, seguro de haber configurado bien los proxys, más y más profundo encontrándose con todo lo oculto y todo lo que no debía ver.
Lo primero que descubrió fueron datos, muchos datos. Se vio a sí mismo, encontró a su madre, divisó a sus sobrinas, vio sus nombres, y sus amigas. Millares de datos en columnas, bien ordenados, bajo estas profundidades, muy difícil eran alcanzarlos. No podía estar mucho tiempo, era peligroso, lo podían arrestar. Sin embargo no podía parar, tenía que bajar... un poco más.
Ya descendido lo suficiente, se topó con lo grotesco, con lo degenerado. Pornografía infantil a mansalva, violaciones, que llenaban este negro espacio de las oscuridades perdidas bajo esa superficie feliz de libertad a la que llamamos Internet. No, no podía seguir mirando esto mucho tiempo más, era peligroso. Pero, aun así, no podía parar. Tenía que seguir bajando... un poco más.
Cuando llegó a este nivel, toda oscuridad le rodeaba. En medio de ese silencio sepulcral, una ballena portadora de la plaga se apareció ante él mostrándole lo más bajo y macabro de este lugar al que llamamos mundo. Gente muriéndose, ruletas rusas, asesinos ofreciendo su trabajo, matanzas... "BASTA" se dijo. No podía seguir ahí, la presión de este mar se empezaba a notar, no le quedaba mucho, era peligroso. No obstante, no podía dejarlo. "El límite estará cerca" pensó. Tenía que seguir bajando... solo un poco más.
Y bajó y bajó hasta que la presión ya no se hizo notar, el final de todo estaba ahí, pero no había llegado todavía. Decepcionado, comprobó que el submarino no podía seguir descendiendo más logrando poder llegar, no al límite, sino más bien a la limitación de su medio. Así que se dispuso a dejar quieto al ya averiado submarino, incapaz de seguir el rumbo para ningún lado. Y cuando medio agachado a punto de desenchufar el ordenador estaba, un archivo ahí, un archivo de las profundidades, un archivo del hades apareció. Y lo abrió.
Era un streaming por webcam. Era un hombre corpulento, con el pelo recogido y la cara grasosa. Pero algo no iba bien, algo había de raro. El del streaming no era desconocido, el del streaming era él, y no estaba solo. Había alguien más, no podía verle la cara pero tampoco se podía girar pues al mover la cabeza notó algo metálico le rozaba en la nuca.
Y fue así como quedó petrificado, con los ojos bien abiertos, contemplando de principio a fin el archivo final: su sentencia de muerte.
Fin
Fin
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