Una casualidad que en plena final de la Champions League el capitán del equipo de Iñaki Urrutia, el Sestao, estaba a punto de patear un penalty decisivo en el minuto 90 cuando de repente el barrio entero se queda sin luz.
Vivía sólo, se encontraba en paro, la final del Sestao era lo único que en aquel momento le consolaba, por eso, tras comprobar este fatídico hecho que lo terminó demoliendo moralmente, busca en su trastero alguna alternativa a la electricidad, y la encuentra en una pequeña radio portátil vieja que prácticamente había olvidado que la tenía. Al encenderla comprobó que ni en AM ni en FM ninguna frecuencia captaba con claridad decente nada. En ese instante de decepción, mientras escuchaba aquel susurro áspero y oscuro propio de la ausencia de frecuencia, sonó algo apenas perceptible de la radio, era un sonido de una voz mezclado con ese sonido sin señal. Repetía algo, repetía algo:
"Usa el teléfono, usa el teléfono".
Sin apenas pensarlo, cogió el teléfono he hizo dos llamadas, la primera a la central eléctrica y la segunda a su primo Jon que también estaba viendo el partido. Se sentía idiota, después del corte de luz mezclada con la dramática conclusión de aquella final, su cabeza no le daba como para acordarse de que la linea teleléfonica no tiene nada que ver con la eléctrica. A pesar del penaty fallado, de la final perdida y de la luz recuperada, la voluntad de Iñaki solo se sentaba sobre una cosa obvia: La radio.
Fue exactamente un día, dieciocho horas y veintiún minutos más tarde cuando, justo antes de ir al bar, escuchó el segundo mensaje de esa pequeña radio a pilas, la cual seguía encendida "por si acaso" que apenas se repitió unas veces y por suerte pudo oírlo con claridad en la última repetición:
"Invítalo a un poleo-vodka"
¿Cómo sabe que voy a un bar? ¿Quién bebe poleo-vodka un lunes a las cuatro de la tarde? ¿Existe, acaso, la mezcla de poleo-vodka?. Al entrar en el bar y comprobar que no había nadie salvo -por supuesto- el camarero, le entró un mareo que tuvo que ir al baño simplemente para lavarse la cara. Cuando consiguió despejarse, y salió del baño vio como un señor, de los que nunca frecuentan ese bar, se sienta en la barra justo al lado de su asiento. Un segundo antes de que este hubiese pronunciado ningún sonido al camarero, Iñaki señaló al desconocido mientras miraba al mesero pronunciando seguramente las siguientes palabras:
-Pepe, un poleo-vodka para el caballero.
Sorprendido, el desconocido empezó a hablar con Iñaki.
Al final de la tarde Iñaki regresó a casa con un nuevo amigo y con, sobretodo, un nuevo trabajo.
Al final de la tarde Iñaki regresó a casa con un nuevo amigo y con, sobretodo, un nuevo trabajo.
Y fue así como la radio pasó a ser su primer acompañante llevándola a todas partes y escuchando ese escabroso sonido en busca de otro " consejo del otro lado" como se decía a sí mismo. Los mensajes nunca eran claros pero en algún momento del día se cumplían. Fue así gracias a esos mensajes por los que consiguió objetos y dinero perdidos por la calle, hacer buenas inversiones, y conseguir, incluso, ligar con alguna que otra mujer.
Era un método infalible, sí, pero había algo de raro y es que la voz del mensaje cada vez era más y más débil como si estuviese sufriendo, como si estuviese muriendo. Pero claro, esto le traía del todo sin cuidado mientras consiguiese resultados prácticos mediante esos "consejos".
Así pues, justo antes de entrar en el ascensor para subir al piso donde le esperaba una "amiga" con ganas de fiesta, un mensaje le llega a Iñaki, quien mediante los auriculares lo captó a la primera:
"Baja a la menos dos, pasillo, tercera puerta a la derecha"
Avisó a su amiga, que por favor, tuviese paciencia y en vez de subir al cuarto, bajó al subsuelo dos. Al final del aparcamiento subterraneo divisó una puerta entreabierta por donde se podía atisbar un largo pasillo iluminado sombriamente con luz fluorescente. Decididamente avanzó por él llegando a la tercera puerta a la derecha topándose con una puerta blanca cerrada.
Primero llamó, pero no había respuesta; después intento abrir, pero la puerta estaba cerrada con llave; así que finalmente comenzó a empujar y a empujar y a embestir cada vez con más fuerza y rabia contra ella hasta que finalmente... Se abrió.
Sus ojos no daban crédito a la situación, solo pudo ver, en esa oscura habitación, a un enorme monitor donde enfrente, atado a una silla y en frente a un micrófono, deteriorado como una pasa, estaba él mirándole fijamente intentando gritar inútilmente con esa voz desgastada:
"¡Ayúdame, ayúdame!"
Sin poder reaccionar, algo le empezaba a inmovilizar por detrás. Cuando se quiso dar cuenta de ello ya era demasiado tarde, las tinieblas comenzaban a cegarlo de aquel mundo al que ya, probablemente, no volverá a ver jamás.
Ahora le tocaba a él.
Fin
Lucío, con esta te has superado. Me quito el sombrero. Fdo: Iván
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