Era cierto, Miguel Ángel Buonarotti veía la obra final antes de empezar a tallar el bloque. Cuentan que en 1509, tras un encargo, escogió un bloque de la cantera que iba a tallar y que le iba a dar la forma de Moisés para la tumba del papa Julio II.
Y así pasó semanas, día y noche, golpeando a la piedra para dar resultado a aquel coloso de mármol que majestuosamente portaba la tablilla con los diez mandamientos. Tan perfecta y real resultó la estatua que sintió que la única cosa que le faltaba por extraer de aquel bloque de mármol era la propia vida. Emocionado, cogió entonces el martillo y le golpeó con toda su alma en la rodilla.
"¡¿Por qué no me hablas?!" Gritó, casi llorando.
Y la mirada del Moisés permaneció inmóvil, impasible, fijada en su creador. Entonces, aun con los ojos húmedos, Miguel Ángel cogió el martillo y el cincel y se marchó del taller, consciente de no haber dejado atrás más que un bloque de mármol tallado, muchas horas de trabajo y poco más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario