lunes, 17 de noviembre de 2014

El tanguero

Juan Pablo Uberti, Juampi para los amigos (dos vivos, cinco muertos), cumplió 71 años en abril. No lo celebró con nadie, ni contestó a ninguna de las siete llamadas de sus ocho hijos. La llamada que nunca recibió fue la del mayor de ellos, Lautaro Uberti, debido al odio secreto que siente hacia el viejo Juan Pablo. Según lo que contó el grande de los hermanos Uberti a su terapeuta: dos de sus cinco grandes problemas de vida vienen de su padre. El terapeuta, lógicamente le contestó a su inquietud de la misma manera que todos los terapeutas hacen: "vuelva la semana que viene".

A parte de el propio Lautaro y, por supuesto, de su terapeuta. Todo esto oficialmente lo sabe Belén, la fiel esposa de Lautaro y Mirna, la fiel peluquera de Belén. Extraoficialmente, sin embargo, lo sabe toda la familia del terapeuta, incluido sus hijos pequeños, principales encargados de contar las desgracias del pobre Lautaro a medio patio de recreo del colegio público Mariano Moreno. A estos niños podríamos no contarlos, ya que la versión oficial, al pasar de boca en boca, queda, como no, algo deformada. El mismo criterio podríamos emplear con las clientas de la peluquería "Belleza". Mirna, al ser su peluquera de confianza, solo contó las desgracias del señor Uberti a sus clientas Clotis, Gladis y Agnes, quienes se han callado estas cosas menos Agnes que se lo contó una vez a las vecinas en un minuto de silencio realmente incómodo. Justificable.

Pocos, oficialmente, saben las desgracias de Lautaro, pero aún menos personas saben que el viejo Juan Pablo sí celebró su cumpleaños. Lo hizo solo en su rancho de 75 metros cuadrados perdido en el Gran Buenos Aires, acompañado por su cotorra enjaulada Pamela y por su gato Mosho, quien permaneció toda la jornada escondido en una caja de zapatos. Si a Juan Pablo se le hubiese ocurrido reprochar a su gato tan lamentable actitud en el día de su aniversario, Mosho hubiera alegado en su defensa, que al menos no había salido a la calle aquel día. Lógicamente esto no pasó: ni Juan Pablo notó la impertinencia de su amigo felino, ni Mosho adquirió de repente destreza legal propia de un juez para poder defenderse ante semejante demanda.

Desconsideraciones felinas aparte, Juan Pablo sí celebró su cumpleaños. Y lo celebró porque técnicamente cumplió los tres requisitos fundamentales a la hora de celebrar su cumpleaños: Que realmente haya cumplido años; Que haya invitado a algunos de sus seres queridos (En este caso tanto Pamela como Mosho hicieron acto de presencia); Y que haya soplado las velas, pidiendo un deseo, en una digna tarta de cumpleaños.

En efecto, la tarta que el propio cumpleañero había preparado con dos días de antelación era bastante digna y apropiada: Tenía tres de las cinco cosas que al viejo Juan Pablo más le gustaban en el mundo. Las dos cosas que faltaban en la tarta no estaban simplemente porque eran objetos intangibles. Era imposible meter en una tarta el gol de Maxi Rodriguez contra México en el mundial del 2006 y menos, todavía, era posible meter la "Fuga 9" de Piazzolla en un bizcocho. Por suerte, las otras tres cosas que más le gustaban en el mundo sí cabían en un pastel. Estas eran, en orden de preferencia ascendente, las siguientes: Dulce de leche, chocolate y palomas.

Sí, adoraba las palomas, pero solo cuando se las podía comer. En este caso competía gusto con Mosho, quien desde su caja de zapatos le observaba con todo el recelo y envidia que un gato inexpresivo puede sentir. Juan Pablo ignoraba esto, simplemente se concentraba en masticar cada porción de pastel lentamente, saboreando cada pluma y huesito que se encontraba en el bizcocho. Si no había invitado a nadie más a su cumpleaños, era en parte para no compartir nada de su apetitosa comida.

Su relación con las palomas, contrariamente a lo que creen algunos, viene de cuando Juan Pablo conoció el LSD a finales de los sesentas en la chacra de su amigo Félix. Ellos, junto a tres amigos más, se metieron cartón y medio de ácido en sus cuerpos para realizar la estúpida búsqueda de su yo interior. Aunque a dos de los chicos el LSD no le subió, a Uberti le resultó tan estimulante que no solo se encontró a sí mismo, sino que además vio a su animal astral: una majestuosa paloma. Cegado por el éxtasis psicodélico, Juan Pablo optó por la delicada opción de comerse a su propio animal astral. Y, más allá de la diarrea durante tres días (Cuentan que lo que en realidad comió fue fango del arroyito), lo que sintió el entonces el melenudo Juan Pablo fue amor a primer saboreo.

Así de lento, y así de igual probaba un nuevo bocado de su merecida tarta de cumpleaños. A pesar de haberse zambullido en el placer una vez más, una lágrima, de repente empezó a cruzar su mejilla hinchada de comida. Se vio a sí mismo solo, el día de su cumpleaños, en una chacra de 75 metros cuadrados perdida en el gran Buenos Aires, ignorado por su amado gato, comiendo algo asqueroso y  alejado completamente de los siete hijos que, aún con todo, todavía le seguían queriendo. Notó entonces que algo importante se le había escapado: se había equivocado de deseo al soplar la vela. Había dejado escapar la oportunidad de su vida, otra vez.

El viejo Juan Pablo guardó entonces el sobrante en el frigorífico y tomó la decisión tajante de vivir un año más.

martes, 21 de octubre de 2014

Camino a casa

Me tocó conocer al mar como océano.
Me tocó descubrirlo desde el ojo de buey,
y observar en él series ondulantes de promesas
e infinitas sucesiones borrascosas de dudas.
Cuando cumplí los nueve me subieron a un avión
y entre los aires desaparecí para siempre.
Después de eso fui argentino, después español.
Y aunque pude ser catalán o alemán,
para el español siempre seré argentino
y para el argentino siempre seré español.
Desde esta orilla solo se ve el horizonte
y mientras espero un mensaje en la botella
solo ansío nadar y perderme en la inmensidad.

Nadie me había avisado cuando cumplí nueve:
El desarraigo no es algo que tenga solución.

domingo, 12 de octubre de 2014

Galaxia

En esta galaxia de camas y habitaciones,
nuestras vidas siguen como si fueran un calco del día a día
esperando a que en una noche de lluvia nos conozcamos.
Empapado, me descubrirás pisando la hojarasca;
o en mitad de un huracán; o acostado en la arena.
En todas partes y simultáneamente,
nos descubriremos.

Vamos entonces los dos al mismo tiempo.
Vamos entonces a aquel día que tanto anhelo.
Vamos juntos.
Vamos sin miedo.
Vamos.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Eppur si muove

El mundo, sin embargo, gira,
Y las galaxias entre ellas danzan,
Y la llama finalmente se extingue,
Y la nieve con calor se derrite,
Y con ello los torrentes surgen,
Y las lágrimas en seguida se secan,
Y los labios se humedecen a besos.

Pero mientras toco tu pelo
mi mundo, sin embargo, arde.

Entonces, te miro y me escucho:

Esperaré en lugares distintos:
me moveré por todo el mundo.
Me perderé en mi pequeñez
y me ahogaré en la inmensidad.
Saldré del agua; respiraré la vida.
Orgulloso, siempre, de ser dorado,
me dejaré caer, una vez más,
en el valiente vacío del azul infinito.

Porque el tiempo, sin embargo, juega
cuando nosotros, sin embargo, nos encontramos
mientras todo, sin embargo, se mueve.

Y así es, y así será, por y para siempre.

jueves, 3 de julio de 2014

Los extremos ignorados

Dormían en camas distintas
de ciudades distantes.
Cruzando las veredas
se besaban las verdades.

Veredas que no eran distantes;
verdades que no eran distintas.
Se cruzaban entre sus camas;
se besaban mientras dormían.

domingo, 1 de junio de 2014

Colibrí

Una vez oí una historia.
Era sobre una raza de colibríes de 
Sudamérica. Los machos cortejaban 
a la hembra de dos en dos.
El pájaro que era rechazado alzaba 
sus plumas durante un segundo y 
después comenzaba a volar hacia el sol,
hasta que moría extenuado.

Una vez oí una historia. Era sobre uno de 
aquellos colibríes, que tras mucho 
tiempo en el aire, consiguió besar al 
sol. Dicen que así permaneció 
cuarenta días y cuarenta noches, 
probando del néctar dorado hasta 
que finalmente se sació. Fue entonces 
cuando se dejó caer a la tierra para 
morir en paz.


Solo en Nazca lo recuerdan,
ya que fueron testigos de la sombra 
que caía sobre sus cabezas,
nada más que cuarenta días.
Y ya que fueron testigos de la sombra
que caía sobre sus sueños,
nada más que cuarenta noches.

sábado, 10 de mayo de 2014

“No soy tan malo”


Pregunta. Después de que la labor coordinada entre los Mossos d’Esquadra y la gendarmería francesa casi lo atrapara en enero de 2012 durante ‘El caso del hombre con suerte’, ¿por qué se ha empeñado en seguir cometiendo asesinatos?
Respuesta. Me gustaría responder a la pregunta con una frase clásica en mis colegas como: continúo matando porque lo necesito, porque no puedo vivir sin arrebatar, porque estoy realmente loco… pero me sentiría un poco ridículo porque dentro de mí no es la verdad. O mejor, porque la verdadera respuesta es: estoy obsesionado. Estoy obsesionado porque desde que me metí en este mundillo de los homicidios por curiosidad, encontré algo que llevaba mucho tiempo buscando: una identidad y un sentido en mi vida. Desde que nací nunca me he sentido cómodo con el papel que la sociedad me ha ido asignando. Ya sea de hijo, estudiante o adulto, nunca me identifiqué realmente con nada hasta que probé el sabor de la sangre. Cuando esto ocurrió, descubrí que ya no pude, físicamente incluso, resistirme a seguir y desarrollar esta nueva identidad. En el ‘Caso del hombre con suerte’ no solo habían encontrado mi guarida sino que, como tú dices, casi me atrapan. Al final pude escapar pero pagando un alto precio. Por si fuera poco, a partir de ahí, la persecución policial se volvió más tozuda, y surgieron varias investigaciones extraoficiales que van por ahí en búsqueda de mi cabeza. Pero este sentimiento a continuar es más fuerte que yo. Es una especie de ansia de perfección. Una manía de concluir algo que empecé, tal vez. No es el pensamiento puro de: tengo que matar porque lo necesito. Porque estoy totalmente convencido de...
P. ¿De que fue un error?
R. Digámoslo todo: nadie cree, que sea noble haber destruido la vida de quince personas solo por buscar una identidad personal. Es más, desde la perspectiva común, este hecho resulta terrible: ¿qué persona tan despiadada y egoísta podría hacer algo así? Pero yo me miro al espejo desde el conocimiento y puedo decirlo bien claro: no soy tan malo. Solo soy uno más que intenta interpretar de la mejor manera el papel que le da un sentido en este mundo. A veces me digo: tal vez me podría conformar con mi simple rol de profesor de primaria, con una vida cómoda y sin derramar sangre alguna. Pero he sido impetuoso, ambicioso, y esto, paradójicamente, también me ha arruinado la vida.
P. ¿Hasta qué punto?
R. Básicamente en los detalles que marcan mi día a día. Por ejemplo: solía ser un habitual en el  restaurante japonés de calle Zamora, el sushi que hacen allí es algo que me fascina. Sin embargo, las últimas veces que fui, tuve la mala suerte de coincidir con cenas en las que participaban agentes de la ley. Sé que es probable que hayan elegido el sitio más por gusto y menos por mi búsqueda, pero no me siento cómodo ni disfruto tanto de la comida estando al lado de gente que vive por y para encontrarme. Otro ejemplo lo tienes ante tus ojos: me hubiera gustado poder haber atendido a EL VESPERTINO en una cafetería o en el salón de mi propia casa sin tener que llevar esta ridícula máscara ni tener que cachear a nadie antes de empezar con la charla, pero mi actual estilo de vida ha forjado en mí una desconfianza generalizada como método de defensa que no me gusta. Estas pequeñas cosas solo son unos eslabones más en una cadena que se va alargando demasiado. Me considero una persona sencilla que disfruta con los pequeños placeres de la vida, por lo que me afecta terriblemente tener que renunciar a muchos de ellos. Afortunadamente he podido adaptar algunas de mis aficiones a mi nuevo estilo de vida: Ahora, por ejemplo, estoy aprendiendo a cocinar Sushi por mi cuenta, aunque no es lo mismo.
P. ¿Ha valido entonces la pena pagar un precio tan alto?
R. Si me hubieses hecho esta pregunta al principio mi contestación habría sido clara: No. Pero, como te he dicho, todo es cuestión de adaptarse. Ahora que ya llevo casi tres años en esto te puedo decir rotundamente que sí, que ha valido la pena. Y no solo eso, cada vez me siento más maduro y disfruto más con lo que hago.
P. ¿Por qué?
R. Porque vas entendiendo el lenguaje del juego y aprendes a moverte mejor. Al principio, mis conocimientos sobre los homicidios provenían más de la literatura que de los hechos reales. Procuraba hacerlo todo muy poético, pero mis movimientos resultaban ser bastante torpes. Afortunadamente, la policía tardó tres casos en relacionar las cosas para seguir mi pista, lo cual me ha dado mucho tiempo de planificación y a ellos, un gran hándicap. A partir de esos primeros casos aprendí a moverme y a preparar las cosas mejor para no ser atrapado. Ahora, con la llegada del FBI al país, la cosa se ha vuelto muy interesante. Tendré que concentrarme al máximo para seguir pasando por desapercibido.

P. ¿Se ha planteado alguna vez abandonar los asesinatos en serie y empezar una nueva vida?
R. Es difícil. Tal vez lo intente algún día. Pero el problema verdadero es que cuando has llegado a este grado de prestigio, si vuelves atrás te arriesgas a tirar por la borda todo lo que has hecho. Todos mis crímenes me condenan socialmente y, quizás, espiritualmente, pero a la vez forja mi papel en la historia y da sentido a mi vida. Sé que si sigo así tarde o temprano me atraparán, pero quiero seguir divirtiéndome, y mi actual estilo de vida cumple este propósito.
P. ¿Cómo explicaría, entonces, a las familias de las quince víctimas que usted se ha divertido asesinándolos?
R. Veo que no me expresé con las palabras adecuadas. Sobre esta cuestión me gustaría matizar y dejarlo todo bien claro. Como muchos otros colegas asesinos seriales, disfruto considerablemente más con el procedimiento que con el propio acto de asesinar. Es más, acabar con la vida de alguien es lo que menos placer me da en todo el proceso, sin embargo acciones como seleccionar el lugar y la hora del crimen, preparar lo que yo llamo la ‘puesta en escena’, es lo que más me realiza hoy por hoy. Me atrae en este sentido la filosofía oriental, y por eso no le doy tanta importancia al fin en sí como al proceso, como al camino. Haciendo referencia a lo que he dicho antes, sé que lo que hago no es algo noble y, además, odio hacer desgraciadas las vidas de las personas con mis actos. Esto lo intento compensar eligiendo siempre asesinar a las personas más desagradables que me encuentro. Aunque claro, nadie lo es del todo. Volvemos a lo oriental: cada uno guarda un Yin y un Yang. En otras palabras, mi intención es hacer el menor daño posible, pero soy consciente de que con mis actos es inevitable no dejar triste a alguien.
P. Por eso usted comete los asesinatos utilizando sedantes.
R. Exacto, busco que mis víctimas sufran lo menos posible. Durmiéndolas poco a poco mediante sedantes creo que es la forma más indolora y, a la vez,  más  eficaz de cometer acabar con mis víctimas. Considero que es la mejor forma de morir, por eso a veces pienso que en realidad les hago un favor ya que les privo de un peor final. Habría gente que pagaría por morir así.
P. De ahí se le ha bautizado como La muerte dulce.
R. Supongo que esa es la principal causa. Otro motivo viene de mi firma: El beso color carmín en la cara de las víctimas. Durante los primeros casos la policía se creyó que yo era algo así como una especie de Femme Fatale. Ese seudónimo que me dieron, fue pensado originalmente para un perfil de homicida femenino. Me sorprende que después de casi tres años lo sigan conservando.
P. ¿Por qué ha decidido, en plena búsqueda y captura de su persona, ofrecer justo ahora una entrevista?
R. Podría decir que quería acercar mi imagen, la imagen del asesino serial, al resto de población, contando los sucesos desde mi perspectiva. Pero mi verdadera intención es  bien diferente y va a dirigida tanto a la policía como a vosotros, la prensa: Detesto ser La muerte dulce. Por favor, buscadme otro nombre●

sábado, 29 de marzo de 2014

Cambio de ritmo

Llevaba ya unas cuantas vueltas sintiendo un vacío en el paladar, pero el verdadero dolor lo tenía ahora: le apretaba en el pecho. No había manera. Tenía las fosas nasales resecas y congeladas cuando frenó en seco, para caer abatido en medio de la pista. Empezó a notar como el frío se clavaba en su indefenso cuerpo y de como había endurecido al caucho convirtiéndolo algo realmente incómodo para su espalda. Miró al cielo estrallado y vio al vaho desprendiéndose de todo su cuerpo, como si se desintegrase. 
Sabía que estaba deshidratado cuando empezó a llorar.


-¿Por qué te paras? -preguntó el corredor de la pista cuatro que pasó a su costado.
-¿Estás llorando? -dijo, sin detenerse, el velocista de la pista uno.
-¿Otra vez? -comentó después, resignado, el atleta de la pista seis.

Notó una presencia y giró su cabeza a la derecha, en dirección a la grada. Allí estaba con las gafas, la gorra y el silbato. Su entrenador le miró un instante en silencio.

-¿Qué ocurre chaval?
-Mi pecho, no puedo más.
-Será mejor que te levantes y andes, antes de que el frío te gane la carrera.
-Me cuesta respirar.
-Levántate y continúa lentamente. Trota si quieres, pero nunca frenes. El dolor te va a durar un rato más, así que tranquilo, sécate las lágrimas y respira. A veces conviene frenar para acelerar en el momento preciso. Cambia de ritmo, juega con los pies. Ya sabes que hacer: no dejes jamás que el frío te gane.

El chico se levantó y, a ritmo muy pausado, empezó una vez más con la marcha. El dolor, naturalmente, permaneció en su pecho durante más tiempo, pero las lágrimas y sus problemas ahora descansaban varios metros atrás.
La pista cinco seguía siendo la suya.

lunes, 17 de febrero de 2014

Juego de pies

Desde cualquier ventana, como aquella de allí, se le puede ver cada tanto pasar. No tiene ni hora ni lugar fijo, por lo que hay que estar muy atento para poder observarlo. Por si fuera poco este tipo es muy ágil, y a veces puede resultar muy fugaz, no todo el mundo es capaz de percibirlo. Pero tranquila, aun así siempre aparece y siempre está. Solo hace falta que tener un poco de paciencia para poder descubrirlo.

A mí me costó semanas encontrarlo, lo había visto de reojo, desde la ventana o desde la vasta lejanía, pero nunca coincidíamos en el lugar preciso. Sin embargo, en una tarde paseando por el parque, lo vi sentado en un banco, con sus gafas de sol, un libro y su bastón que porta siempre, apoyado a su costado en el asiento. No podía desaprovechar la oportunidad, así que me acerqué tímidamente para hacerle la pregunta que intrigaba a todo el mundo.

-¿Por qué le veo siempre bailando?


Dejó la lectura, y me esbozó una leve sonrisa. Apartó el bastón de su lado y me invitó a que me sentara junto a él, en el banco.

-Dime -me comentó después de un instante de silencio. -¿qué ven tus ojos ahora mismo?.

-El parque, con la ciudad de fondo.- le contesté algo sorprendido por la sencillez de su pregunta.

-Exacto, tú lo has dicho, la ciudad. Llevo varios años aquí, y te puedo decir que esta urbe tiene sus propias maravillas y algún que otro horror, pero gracias a todo esto es única... como pueden serlo todas las demás. En el fondo la mayoría de personas saben esto, pero nos empeñamos en acabar con las peculiaridades para que esta ciudad no se diferencie mucho d otra perteneciente al otro vértice del mundo.

-¿Por qué le veo siempre bailando?- Insistí.

El extraño me dirigió su mirada oculta, como si esperase mi insistencia. Después de una breve reflexión, de manera serena continuó con su discurso.

-Mira, más que un baile, lo considero como un juego de pies. De esta manera toco, acaricio y descubro una ciudad que merece ser mimada. Porque quiero a esta ciudad, pero la mayoría de vosotros la tratáis como si fuera invisible, como si fuera una más. Y es que la cambiáis constantemente para que sea como las demás en vez de dejar que sea esta quien os cambie a vosotros mismos para haceros únicos. Llevo tiempo contemplando la ciudad, y es ahora cuando puedo decir que la quiero como se puede querer a una mujer. Y como a una mujer, solo con el tacto, es como mejor y más cercano uno llega a conocer. Es algo que necesito, solo conociéndola, mejor me conozco a mí mismo. Me completo. Y aun con todo, sé que algún día me marcharé. No me considero monógamo, por lo que creo que llegará el momento en el que necesite encontrar algún otro gran amor de mi vida. Cuando llegue ese día, partiré triste, pero lo haré tranquilo y con la certeza de poder volver como se vuelve al primer amor. Yo no bailo -sentenció -, yo veo con los pies.

Y dicho esto, cogió su bastón y marcho con la gracia que siempre le caracterizó. Desde el banco, extrañado, le vi partir y tardé unos minutos en darme cuenta de que se había olvidado el libro que le acompañaba. Y, si te digo esto -aquí lo tienes -, es porque me gustaría que, cuando lo conozcas, se lo devolvieses. Seguro que te lo agradece eternamente, debe ser complicado encontrar libros como este escritos en braille.

viernes, 14 de febrero de 2014

Mi amigo el monitor

-Hey! Qué tal anoche?
+Hola! Anoche bien, nos juntamos todos y fuimos primero a beber a la casa del gallego...
-A lo de Pablu?
+Sí, ese mismo. Era la primera vez que iba a su casa.
-Y qué tal?
+Bien, muy bien la verdad: se habían reunido todos y había buen ambiente, pero después...
-Despues qué?
+Oh nada, había algo raro, en medio de la sala estaba puesta una conversación por skype.
-Con Jota?
+Sí! cómo lo sabías?
-Algo me contó él hace un rato, me dijo que se divirtió mucho.
+No te parece raro?
-Mantener una conversación por skype durante una reunión de amigos? claro que no. Me da pena por él, no sé, en su casa solo mientras vosotros estabais de fiesta...
+Sí sí, pero la cosa es que él también salió de fiesta.
-Ah bueno, ya sabes que en Berlín siempre hay cosas para hacer.
+No, me refiero a que "él también salió de fiesta" con NOSOTROS.


-... Qué?
+Llegado el momento, desconectaron el netbook de Pablu y, como tenía batería con independencia de 6 horas y un buen internet 3G, lo sacaron de fiesta.
-No puede ser...
+Íbamos todos muy borrachos, Jota incluído. El tío bebía vino al otro lado de la pantalla.
-Pero cómo hicisteis en los pubs? os dejaron pasar y eso?
+Aunque no te lo creas, no hubo ningún problema. Todo lo contrario, Jota fue el centro de la fiesta, todo el mundo quería hablar con él. Gracias a eso ligue y todo!
-Ya no eres como el aceite...
+No, ya no soy extravirgen.
-Y el ordenador de Pablu como terminó?
+No lo sé la verdad.
-Se lo llevó pronto a casa?
+Nono, mientras yo hablaba con la chica, a través del monitor, Jota lo hacía con una amiga de esta.
-No me digas qué...
+Sí, la amiga se llevó el portátil consigo.
-Y Pablu qué dice?
+Está conectado con el móvil, pregúntale. Yo me quito de esto, que llevo tres días sin avanzar nada con el trabajo. Ya hablamos!
-Ok, aprovecha. Yo sigo con lo mío.

lunes, 3 de febrero de 2014

5 centímetros por segundo

Como el continuo precipitar
de los pétalos del cerezo,
como aquel copo de nieve
que mojó ya lejanos besos.

Tan pausado como efímero,
otro escalofrío del tiempo.
A cinco centímetros por segundo,
así se me caen estos versos.

miércoles, 29 de enero de 2014

Yo respondo

-Dispara, que yo respondo.
+¿Qué vas a hacer con tu vida?
-Si el arte es libertad, entonces quiero hacer arte mi vida.
+Dispar-arte es lo que a veces desearía.
-Tú dispara, que yo respondo.
+¿Y si me disparo?
-¿Y si te beso hasta que se haga de día?
+Dispár-ame tú entonces. Yo también respondo.
-¿Te quedarías conmigo?
+Solo hasta que se haga de día.
-No esperaba mejor respuesta.

sábado, 25 de enero de 2014

Papeles

Érase una vez, un pueblo tan pobre, tan pobre que solo tenía papeles recortados. Estos papeles tenían un valor tan grande, tan grande que su precio era directamente proporcional al tiempo empleado por las personas del lugar para conseguir tan preciado bien.

Decían ser felices, pero un día de invierno todo cambió. Sin previo aviso, el valor de éstos  recortes se desplomó de tal manera, que muchos empezaron a  tener serios problemas para sobrevivir con los mismos papeles, que días antes les cubrían sus necesidades básicas. Sin embargo para esta gente, que no era tonta, lo peor llegó, en realidad, cuando se dieron cuenta de que no eran los papeles los que habían perdido el valor, sino que era el tiempo de sus vidas que habían destinado a conseguir esto, el que ya poco o nada valía. Entoces, abatidos, angustiados y frustrados, se juntaron en la plaza central para ver qué hacer ante esta catástrofe. Sin respuesta, el debate se alargó hasta la helada noche y, para continuar la charla, hicieron una hoguera quemando lo único que tenían.

En ese momento ni se enteraron pero, a partir de ahí, dejaron de tener frío.