martes, 22 de mayo de 2012

La L

Sea después de unos cuantos intentos, o sea a la primera, tarde o temprano acabas colocando la "L" en el coche con el mismo orgullo. De pronto sientes que las fronteras del mundo se achican considerablemente al poder transportarte a tu voluntad a una velocidad bastante mayor que la de tus simples piernas. Dejas de ser de carne y te conviertes en un cyborg con chasis de acero, ruedas de goma y sonido envolvente. Te sientes mejor, más seguro y más poderoso al formar parte de una simbiosis perfecta humano-máquina. El mundo te pertenece. Ya eres mayor. Y eres más libre. Tienes la "L".


Pero lo que ignoras, es que sea después de unos cuantos intentos, o sea a la primera, tarde o temprano acabas colocando la "L" en el coche con el mismo miedo. De pronto sientes que las fronteras del mundo se achican peligrosamente al poner en peligro tu supervivencia y el perfecto estado de tu caro vehículo. Dejas de ser de carne y te conviertes en un débil huevo que puede estallar al mínimo roce con el exterior. Te sientes cada vez más ansioso y te preocupas más por el estado tu automóvil que por la película que estás viendo con tu chica en el cine. No conforme con esto, te das cuenta de que todos tus pensamientos ecologistas se han ido al garete, ya que ahora eres un hipócrita que abusa de su transporte privado tanto, que lo utiliza hasta para ir a comprar el pan. Por si fuese poco gracias a ITV, gasolinas y seguros, el descenso del nivel de tus riquezas siguen una linea inversamente proporcional al tamaño de tu culo, producto de una vagancia y sedentarismo in crescendo. Pero no pasa nada. El mundo te pertenece. Ya eres mayor. Y más libre. Tienes la "L".

La "L" de lerdo.

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