al ver el blanco de tu sonrisa o al percibir el perfume que letalmente
impregnado queda en tu cabeza.
Quizás sea mi aparente rechazo, mi sequedad. Mi mal genio como arma de
ataque, para no sentirme tan indefenso ante una mirada que ocasión tras
ocasión, me aniquila sin piedad.
Quizás sean mis dudas, que me nublan la mente pensando y especulando
sobre las posibles reacciones de desinteresados, sobre mis posibles reacciones,
sobre un arrepentimiento, haciéndome olvidar lo básico, lo esencial.
Quizás no sea ninguna de estas medianeras.
Quizás lo sean todas.
Quizás mi puente esté roto.
Quizás este puente no existe.
Pero aun así, desde unos treinta centímetros tan lejanos como dos costas,
desde esta isla desierta, quemo las ruinas de mi cerebro, confiando en que el humo
de algún modo te comunique la verdad:
Te quiero.
···
Sigo sin encontrar el interruptor que apague las cenizas de mi pensamiento.
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