domingo, 8 de abril de 2012

1888

Reuniendo a varios miles
de multitudes en congreso,
la gigantesca torre de metal
coronó a la ciudad de la luz
como centro del universo
en lo que fue la expo mundial.

Pero mientras unos alucinaban
bajo los pies del coloso de acero,
otros muchos caían rendidos,
bajo largas piernas en cueros,
en el otro famoso inaugurativo:
Moulin Rouge, la tierra sagrada.

Allí pues, a ritmo de cancán
un característico personaje
con los ojos bien despiertos
plasmaba semejante paisaje
con cartón, óleo y poco más.

Una vez acabado su trazado,
se acercó a una mesa cualquiera
donde dicen, que regalaba obras
a algún afortunado extrañado,
como si sus dedicadas piezas
valiesen igual que meras sobras.

Y se iba a pintar prostitutas,
a reírse de la clase opulenta.
Pintaba y gozaba de la vida
siempre con un trago que tenía
de champán, cognac y absenta.

Bajo los pies del coloso de acero
y rodeado de las mayores bellezas,
la persona más pequeña de París
pintando carteles fue el primero
y el mejor, se sabe sin flaquezas.

Toulouse Lautrec, de impresiones realistas,
murió joven y sin haber tenido vida amorosa.
Y sin embargo intentó existir con alegría:
"Uno es horrible pero la vida es hermosa"
No solo las pinturas hacen de uno artista.


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