miércoles, 11 de abril de 2012

Padres Ausentes

Era ya de noche y el pequeño Núñez seguía jugando.

Rodeado por la oscuridad, una a una colocaba sus piezas de lego. Unas veces construía un gran muro que lo aislaba de su gris mundo, otras veces las ordenaba construyendo así una casita que podía llegar a albergar las maravillosas historias de algún muñeco suyo que pudiese caber en ella. Otras veces leía.

Ayudado por una lamparita, leía bajo la penumbre lo que encontraba -novelas, comics, cuentos, relatos...- aunque había más de una ocasión donde no podía entender lo que leía. Leía pausadamente. Intentaba disfrutar al máximo la lectura y le gustaba doblar la puntita de cada página a modo de señalador cuando la extensión de la lectura superaba su propio sueño.

Pero sea leyendo o construyendo casitas, Núñez siempre se encontraba solo. No tenía hermanos con los que jugar y sus padres ya nunca hablaban con él. Parecían desconocidos ausentes que solo le miraban cuando este estaba durmiendo. Unas miradas huecas, esquivas y secas. Núñez, por su parte, dormía cara a la pared. Pues no quería que le viesen dormir, mientras lloraba hundido en pesadillas.

Por la mañana preparaba con cuidado sus tostadas de mantequilla con un poquito de sal y se iba solo sin paraguas y bajo la incesante lluvia a la escuela. El colegio no dejaba de ser gris, pero era otro mundo. Estaba solo pero se sentía a gusto y acompañado. Era allí donde se encontraba con buena lectura propia para los chicos de su edad. Se pasaba el día escondido entre la fantasía de un librito de unas treinta páginas coloreadas. Para cuando volvía a casa sentía que su día había acabado.

Era ya de noche y el pequeño Núñez seguía jugando.

Su muro de lego ya estaba completado. Esta vez no había construido la casita. Y ante esa pared, el pequeño Núñez contemplaba orgulloso su creación, pensando en como hacer para que su vida fuese como esa pared, como podría un poco más colorida, y fue ahí cuando se acordó que le faltaba un último detalle: la puerta. Y con sumo cuidado, construyó un huequecito, una pequeña obertura. Y se asomó.

Con una breve mirada, a través de ese agujero pudo ver su habitación colorida, bajo la cálida luz del sol. Allí dentro pudo divisar a sus padres, unos padres felices. Pudo imaginarse a sí mismo allí dentro y solo con eso, pudo sentirse mejor.

Y ante este panorama, el pequeño Núñez penetró dentro de su colorido portal procurando acabar con el muro desde dentro para así no volver jamás a ese gris mundo al que nunca perteneció.

Y fue feliz.

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