Por la noche, mientras todos duermen
entro procurando no hacer mayor ruido,
pues no me gusta que me molesten
cuando mi jornada laboral recién empieza.
En primer lugar reviso alacenas y neveras
controlando comidas y demás provisiones
con el fin de pudrir y de pasar de un toque
a los alimentos que ya llevan demasiado tiempo,
esperando para ser consumidos.
Posteriormente entro al cuarto de baño,
donde no ocupo demasiado tiempo
porque el trabajo allí es bastante poco
ya que solo me conformo, con abrir apenas el grifo
para que el martillar de la gota eterna adorne los pasillos.
Acto seguido, con cuidado,
entro en vuestros cuartos, alcobas o dormitorios.
Confieso que es ahí donde más me divierto:
Desordeno la ropa, los pares de calcetines;
escondo las carteras, llaves, móviles y zapatillas;
y os lleno las vejigas de orina para que el madrugón,
eterno madrugón, finalmente sea obligatorio.
Pero independientemente de lo que haya hecho
no me marcho del cuarto sin destaparos
para que los mocos y mosquitos,
entretengan la triste monotonía de vuestra normalidad.
Y concluyendo con silenciosa alegría
hago una despedida triunfal, sacando mi saco,
mi saco de polvo, esparciéndo motas y pelusas
por cada recoveco y esquina sin explorar.
Pero no me retiro del hogar
sin dar un beso a cada plantita,
ya que al oler su fresco aroma
o al comer su dulce fruto,
sé que me voy con la conciencia tranquila
de haber hecho bien mi trabajo.
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