Cientos de viejos desconocidos le miraban fijamente sin ofrecerle nada y sin pretender hacerlo:
Miradas del pasado, que ya no le necesitaban, que ya no las necesitaba.
Miradas vacías llenas de ignorancia, dudoso compromiso y ninguna amistad.
Miradas serias que si no es por el interés o por solución al aburrimiento, él eras de cristal.
Miradas hipócritas, falsas, que le saludaban al encuentro con una sonrisa y le despotricaban al pasar.
Y con convicción, borró y borró hasta ver solo las caras que de verdad le importaban. Caras que de verdad le escuchaban. Caras que de verdad, de una forma u otra, le podían ayudar. Caras que, en definitiva, de verdad se interesaban por él. Caras cercanas... caras amigas.
Y sin embargo, después de eliminar y olvidar tantas caras, al revisar el escaso inventario de personas, se dio cuenta de que había dos que dejó que con el resto no encajaban. Dos caras que sin ser cercanas, por mucho que intentara, fue incapaz de borrarlas. Dos caras con las que hempatizaba. Y todo esto sin poder encontrar un vínculo ni siquiera estrecho, sin poder encontrar ni una explicación lógica... no la había.
Pues fue ahí
cuando se enteró
que estaba
...
enamorado.
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