Pasados tres minutos le calló la primera gota.
Entonces miró al cielo. Confirmó lo que sabía: ya llovía.
Pero al bajar la vista, a unos pocos pasos, la vio.
Con un torrente de pintura descendiendo por su cara,
desmaquillada por la tormenta de sus sentimientos,
por la lluvia tras la sequía,
por la necesidad de volver a verle,
dejó entrever el sol con una luminosa sonrisa.
Ella, era ella.
Y la abrazó palpando su anfibio cuerpo,
tan cálido como húmedo,
pero no lo notó:
Se encontraba tan diluido
como el final de este texto.
como el final de este texto.
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