Sentado, solo en la plaza d'Italia,
leía exhaustivamente
con Nietzsche entre sus manos.
Pero sin previo aviso,
un rayo de dolor le atravesó,
haciéndole arrojar a Zaratustra
y a sus palabras al suelo.
un rayo de dolor le atravesó,
haciéndole arrojar a Zaratustra
y a sus palabras al suelo.
Volvía a ocurrir.
Unos duros pinchazos en el abdomen
y una súbita pero leve jaqueca,
llenaron de luz los ojos de este señor,
llenaron de luz los ojos de este señor,
quien se revisó el bolsillo de la chaqueta,
sacando la pequeña caja metálica
sacando la pequeña caja metálica
a la que agitó sin respuesta alguna.
Ningún analgésico ya quedaba.
Entonces se fue corriendo.
Él sabía que solo existía otra forma
Él sabía que solo existía otra forma
de hacer desaparecer esos dolores:
Presentándose ante el lienzo,
Presentándose ante el lienzo,
pintando sus visiones.
Y pintó plazas vacías,
vacías de gente por la primera
de las dos grandes guerras.
de las dos grandes guerras.
Y pintó maniquíes:
Maniquíes como la sociedad,
controlada por unos pocos.
Maniquíes como él,
Giorgio de Chirico,
Giorgio de Chirico,
controlado por la migraña.
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